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Miércoles 10 de febrero de 2021

Opinión: Cuando la fe y la razón se encuentran

Para reflexionar acerca de diversas temáticas de la contingencia nacional, con un enfoque cristiano, invitamos a diferentes expositores de la política, la academia, el mundo social y pastoral a compartir su visión en la nueva sección de nuestro Periódico Encuentro.

Por: Dr. Fabián Jaksic Andrade, Premio Nacional de Ciencias Naturales de Chile 2018

Fuente: www.periodicoencuentro.cl

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/febrero2021/8.php

De las formas de adquirir conocimiento, una de las ramificaciones básicas se da entre la revelación (desde un ser supremo a un profeta u otro tipo de iniciado) y la develación, es decir, correr el velo a algo que se presenta oculto. La forma usual en que esto último se logra es a través de la razón. Y de aquí la antigua dicotomía de fe y razón, que por siglos separó a la Iglesia de Jesús de la Ciencia. Piénsese en la condena de la Iglesia a Galileo en 1633, por defender su observación científica que es la tierra la que gira en torno al sol. Este antagonismo fue en definitiva resuelto en 1998 por la Iglesia Católica, a través de la encíclica Fides et Ratio, de Juan Pablo II. En breve, la encíclica postula que fe y razón no son incompatibles, sino que se potencian en conjunto.

Para mí como científico, la lectura de Fides et Ratio fue un gran alivio, dado que, por naturaleza, la disposición nuestra es de duda eterna, al punto que las “verdades científicas” así entendidas por los legos, para nosotros no son más que hipótesis plausibles cuya veracidad aún no ha sido refutada y que solo constituyen conocimiento provisional (no definitivo). La ventana que nos abrió la encíclica, fue entender que razón y fe son simplemente maneras distintas de obtener conocimiento, y que nuestro libre albedrío nos puede inclinar por una u otra avenida, sin tener que descalificar la alternativa.

Por lo mismo, para mí como científico ambiental, la lectura de la encíclica Laudato Sí, de Francisco, en 2015, fue un regocijo. La ciencia ecológica coincidía plenamente con la apreciación teológica, que el mundo es nuestra casa común, la de todos los seres vivientes y su ambiente físico, entre los cuales nos encontramos los humanos. Cuán diferente suena a nuestros oídos el que el hombre no es el amo de la naturaleza y que puede usarla a su antojo mientras crezca y se reproduzca. Francisco nos llama a practicar una Ecología Integral, que requiere no solo conocimiento científico sino una apreciación de los valores culturales y religiosos con que se manifiesta la existencia
humana.

La reciente pandemia puede llevar a considerar negativamente a nuestros congéneres, como dispersores de una peste, pero la solución pasa más por apreciarlos como prójimos sometidos a una misma desgracia que hay que afrontar con solidaridad, por ejemplo, portando siempre nuestra mascarilla. Y cuando llegue el momento de desecharla, no botarla en cualquier parte, porque si no contaminará nuestro mar. Como dice la encíclica, ¡no emporquemos nuestro propio nido!

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