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Artículo

Jueves 1 de junio de 2017

“Dando cara” a las mafias de la droga

Es David contra Goliat. O bien una “Misión Imposible”. El tráfico y consumo de drogas es una lacra. Pero su combate sigue sin tregua. Como la labor silenciosa de parroquias y capillas, con cientos de voluntarios y agentes pastorales que ayudan a las víctimas de ese flagelo. Testimonios y el trabajo desde las bases en el siguiente reportaje.

Fotos: Nibaldo Pérez

Periodista: Equipo Encuentro

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/junio2017

15 de enero de 2017. El Vaticano, Roma. Tras un encuentro con los obispos chilenos en la Visita "Ad Limina", el Papa Francisco conversa durante un "coffee break" con algunos de ellos. Monseñor Pedro Ossandón, obispo auxiliar de Santiago y vicario de la Zona Sur, se acerca con su celular y le pide un mensaje para los sacerdotes y comunidades parroquiales que enfrentan contextos de narcotráfico y violencia en Santiago. El Santo Padre, sin titubear, inicia un sentido mensaje: "Mis hermanos sacerdotes que trabajan en la frontera de la drogadependencia y tienen que luchar por prevenir a los chicos, por sacar a los chicos y luchar contra las mafias que imponen la droga. Que el Señor los acompañe A veces pienso que están en el Huerto de los Olivos. No dejen de rezar, que Dios los bendiga". El video de 30 segundos se viralizó rápidamente en redes sociales y contribuyó a visibilizar el silencioso y heróico trabajo de quienes "dan cara" (en lenguaje popular, "dar cara" significa enfrentar un hecho o situación sin temor, de frente y con responsabilidad) a este flagelo.

"Dar cara" para la Iglesia de Santiago no significa enfrentar a la violencia con más violencia. El camino pastoral discernido busca más bien la voluntad de Dios, que siempre es camino de paz y bien. Es la voluntad de un Dios que es Padre, y que quiere estar al lado de sus hijos, especialmente de los últimos, para acogerlos y acompañarlos, entregándoles un apoyo concreto e invitarlos a descubrir su amor para así llegar a alcanzar la "alegría perfecta" y la verdadera "vida en abundancia" "Estuve 23 años metido en la droga y el alcohol. Probé de todo. En mis tiempos lo más duro era la marihuana y las pastillas. Llegué a tomar hasta cien pastillas en un día".

El milagro de Renca

Miguel Ángel Valdivia tiene 55 años, varias cicatrices de balas en su cuerpo y cortes que le recordarán esa vida que llevó. Que siempre fue difícil. A los 14 años ya estaba en la calle: "Soy hijo de padre alcohólico, que nos daba todo. Paraba la olla, nos tenía ropa, pero tenía mi corazón vacío, porque no tenía amor. Yo era violento, me metía en peleas, era el diablo en persona". Razones a las cuales atribuye su larga vida en la calle. Hoy el "Chita", como era conocido en el barrio, se codea con ministros, intendentes y cores. Dice que cuando está con ellos se siente muy poca cosa, porque todos sacan a relucir sus cargos. En cambio, Miguel se presenta y dice "soy un instrumento de Dios y aquí estoy", dejando a todos reflexivos y en silencio.

Lidera la Fundación Cristo de la Noche, en Renca, que da cobijo y alimento a 86 personas en situación de calle. Colombianos, dominicanos y haitianos. El menor tiene 28 años, el mayor 86. Todos tienen cabida, sobre todo a los que, al igual que él en su momento, las drogas y el alcohol han destruido sus vidas. "Yo no creía en Dios, hasta que un día, en agosto del 2000, me invitaron a un retiro de conversión en Cartagena y todo cambió. Cuando terminó sentí miedo, y el padre me dijo que era porque se me presentó el Espíritu Santo. Era todo un misterio para mí. Ahí prometí dejar los vicios". Y así fue. Comenzó a alejarse de sus amigos y con vergüenza escondía la biblia cuando iba de camino a la parroquia El Señor de Renca a rezar. Sabía en su interior que algo debía hacer. Hasta que recibió una iluminación: "En el 2001, partí con un termo y seis panes a La Vega. Y Dios ha hecho todo lo demás. Ha sido un trabajo apostólico. Ahora tuve que dejar la Vega y voy a los puentes y lugares difíciles de Renca y llevo 160 panes y los tengo a todos empadronados". El padre Patricio Narváez, párroco de El Señor de Renca, también ve la mano de Dios en todo esto: "Miguel es alguien que ha valorado la vida, la vocación y la fe a partir de de sus porrazos y sus experiencias. Recuperó su familia y sus hijos. Todos los veían como un borracho, un "pato malo", y ahora tiene el reconocimiento de la sociedad. Y lo particular es que es una tarea de laicos quienes llevan esto adelante", explica. Miguel fue reconocido con la Cruz del Apóstol Santiago, distinción que se entrega a personas que viven el testimonio de Jesucristo como verdaderos discípulos y misioneros suyos.
Pero Miguel dice que aún tiene mucho que hacer. Sabe que la tarea es difícil, pero el trabajo en la fundación no la cambiaría ni por un puñado de oro: "Me ofrecieron una pega por 800 lucas y les dije que no. Aquí tengo que estar".

Sangre, cuchillo y velorio...

"San Goyo querido, yo te voy a salvar, pa' lavarte la cara que te da la sociedad (...) Nosotros queremos hacer una gran revolución, sin cuchillos ni fusiles, sólo justicia y amor (...) Tendremos en San Gregorio una familia cristiana que en la unidad y el amor sembrará el Reino de Dios". Estas estrofas de una popular cantata se han convertido en una bandera de lucha y en un potente desafío para cientos de vecinos de San Gregorio, quienes día a día buscan acciones para darle un nuevo rostro a este sector de la Zona Sur de la capital. Un lluvioso y frío día de junio de 1959, cientos de familias y pobladores afectados por las inundaciones y desbordes del río Mapocho y Zanjón de la Aguada, llegaron en camiones del Ejército hasta el Fundo San Gregorio –actual paradero 23 de Santa Rosa- para ocupar sitios y viviendas aún inconclusas. El temor comenzó a hacer de las suyas. La marginalidad, la oscuridad de la noche y la escasa seguridad, además de un grupo importante de indocumentados y personas con antecedentes penales, generaron en los pobladores un sinfín de especulaciones.

Hoy, casi seis décadas después, esta estigmatización aún está latente, pero no con la misma intensidad, gracias al trabajo en comunidad que se desarrolla en la parroquia San Gregorio: "La evangelización tiene que ir unida a lo que uno hace y lo que dice. Es verdad que hay mucho narcotráfico, mucha delincuencia, muchos balazos todos los días y a cada rato, pero eso no minimiza la dignidad de las personas", sostiene el párroco, padre Jorge Orellana. Esperanza que ya en 1965 se abría paso con la llegada desde Bélgica como párroco del padre Juan Mayer, quien asume un rol activo en la creación de redes organizacionales para ayudar a los pobladores más afectados, ayudando a concretizar colegios, comedores y capillas en este sector. Trabajo similar que hoy también realiza la hermana Sonia, quien tras 30 años en misión fuera del país, volvió a San Gregorio para formar parte del Grupo de Reflexión y Acción por la Paz en contexto de violencia, espacio que está al servicio de los más pobres y necesitados. "Volver acá y ver cómo la droga está tan metida me dio mucho miedo. Hay muchas familias con problemas de drogas y lo que se necesita aquí es generar confianza, respeto y ser cercanos para acompañarlos en estos procesos tan difíciles para ellos", relata. "Hay un laicado muy participativo, que expresa con claridad y sin temor lo que piensa, lo que es un desafío tremendo, porque a pesar de las adversidades no minimizan el compromiso. La gente no viene a escuchar al párroco, sino a trabajar con el párroco para enfrentar estos desafíos", resume el padre Jorge Orellana.

De la mano de "Mamita Rosa"

"Mamita", así la llaman quienes asisten día a día al comedor de la parroquia Santa Cruz, en la población Los Nogales de Estación Central. Rosa Medina lleva más de un año trabajando en el comedor. Ella se encarga de recibirlos, prepararles la comida. Pero más que eso, acompañarlos en la palabra de la fe: "Hay cariño y lazos que se generan, uno sufre por ellos cuando dejan de venir. También tengo gente que está internada ahora rehabilitándose, y eso me llena de orgullo. Al final, uno tanto que les habla y que se rehabiliten es una alegría inmensa. Tengo dos caras de la moneda en el comedor, chiquillos que no son malos, pero que la calle les hace ser malos, y otros chiquillos que ahora están internados". Todos quienes llegan ahí son personas en situación de calle, pero hay un grupo de ocho que participa de un taller de cuero. Ahí hacen monederos, porta biblias y porta agendas, todo para desconectarse de la realidad y sus problemas de drogadicción y alcoholismo". Los lunes y jueves se reúnen con una profesora del Centro de Salud Mental (Cosam) a confeccionar en cuero algunos productos para vender. "Ahí se dan cuenta que sirven para otra cosa, son felices. Les digo: 'Miren lo lindo de las cosas que hacen, pongan de su parte'. Aquí hay de todo, incluso profesionales, gente con educación", señala Rosa Medina, quien ha participado en la parroquia toda su vida.

Vida sana y feliz

En la Zona Maipo, con el apoyo de la hermana Catherine Mary Riordan, una comunidad realiza un importante trabajo de prevención de drogas en el sector de Bajos de Mena. "Trabajamos en prevención con niños entre 6 y 14 años y con sus familias. Promovemos una vida sana, sin alcohol, sin drogas, una vida sana y feliz. Nosotros no hablamos mucho de las drogas, lo que hacemos es tratar de promover estilos de vida más saludables a base de actividades de recreación", explicó la hermana. Además intentan trabajar las cuatro dimensiones que para ellos son fundamentales en el ser humano: lo físico, lo síquico, lo social y lo espiritual. Funcionan desde el año 1999 en las capillas del sector y también en las sedes vecinales. Entre los principales trabajos están las intervenciones urbanas, donde los propios niños y jóvenes son protagonistas. Mensualmente asisten cerca de 30 personas.

Consumo problemático de alcohol

En el año 1991, las Religiosas de la Asunción se asentaron en la población Salvador Cruz Gana, en Ñuñoa, para iniciar un trabajo de rehabilitación y acompañamiento a personas con consumo problemático de alcohol, en conjunto con la parroquia Santa Catalina de Siena. La hermana Maite recuerda que ese año llegaron dos hermanas españolas y luego otras dos. Esas cuatro hermanas, al conocer el sector, se dieron cuenta que había mucho alcoholismo y se pusieron a buscar cómo ayudarlos. "La idea era que las personas de la parroquia formaran una comunidad para acompañar de forma muy personal y muy familiar a aquellas personas que se encontraban en esta situación", agrega la hermana.

Ese trabajo dio y sigue dando frutos: más de 200 personas han pasado por este grupo de acogida y de acompañamiento. Su presidente, Abdón Trejo, quien se rehabilitó en esta misma instancia, señala: "Acá hacemos talleres con personas que presentan consumo problemático de alcohol, pero también trabajamos el área de la prevención. Este es un grupo abierto a la comunidad y cualquier persona puede acercarse". Una comunidad compleja, con consumo de alcohol y drogas incluso en niños, añade Abdón. En el ámbito de la prevención, las religiosas, apoyadas por la parroquia, han abierto el centro "Cosecha", para que los niños y niñas tengan un espacio para desarrollar sus tareas escolares y, además, pasar el tiempo libre. La hermana Maite explica que "se trata de personas que voluntariamente quieren dar ayuda a los demás, y su objetivo es que los niños y niñas no estén en las calles o solos en sus casas después del colegio. Acá se encuentran con sus vecinos y tienen un espacio cómodo y confortable donde realizar sus deberes. El espacio cuenta con una biblioteca, computadores y materiales didácticos, entre otras cosas". Esto es parte de todo el trabajo que voluntarios laicos, agentes pastorales y profesionales realizan en las diversas parroquias y capillas de Santiago.