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Miércoles 1 de diciembre de 2021

Opinión: San José, un compañero de ruta

Por: Rosa Yáñez, Magister en Teología Bíblica, "Institut Catholique" de París.

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/diciembre2021/

¿Qué decir de San José? En los evangelios de Mateo y Lucas se nos habla de José. Si leemos con atención descubrimos a José como el hombre está presente en los momentos claves de la vida de Jesús, tanto en su niñez como en su adolescencia.

Mateo lo presenta como un hombre justo que acepta a María como su mujer, contraviniendo la Ley (Mt 1,25) salva a Jesús de la muerte huye a Egipto y regresa con su familia a Nazaret, cuando el peligro a pasado (Mt 2,13-23) Lucas nos presenta a un José que, cumpliendo el mandato del César, va a su ciudad de origen, Belén, para inscribirse en el censo; de esta manera posibilita el nacimiento del Mesías en la tierra de la Casa de David (Lc 2,1-21), junto con María presentan al niño al Señor (Lc 2,22-40) y, cuando el tiempo ha llegado y el niño ha crecido, sube con ellos a Jerusalén para celebrar la Pascua (Lc 2,41-52).

Escuchado lo que la Escritura nos dice de José descubrimos en él, un compañero de ruta del cual podemos aprender y contemplar. José es el hombre de la acción, los evangelios no guardan sus palabras, pero nos entregan otro lenguaje: las acciones que realiza y ahí nos dice con voz alta y clara: Busquen la Justicia de Dios. Lo vemos, al inicio del evangelio según san Mateo, enfrentado a la dramática decisión de repudiar a María. Según la ley (Lev 20,10; 19,20-22) Si una mujer está embarazada de un hombre que no es su marido, ambos deben ser apedreados. La decisión de repudiar a María en secreto no niega el delito, lo que quita es el juicio público; esa es la decisión que José, según su justicia toma.

Pero, nuestras buenas decisiones por muy buenas que parezcan, sin escuchar a Dios no son siempre las mejores. En efecto, el texto de Mateo no dice que el ángel del Señor habla a José en sueños y le explica lo que ha sucedido. Hablar en sueño hay que comprenderlo como la imagen literaria, clásica, para decir que esa voz es de Dios, el sueño es un espacio de encuentro con Dios. Así, el texto nos muestra al justo José escuchando la voz del Señor Dios y cumpliendo su voluntad, es decir practicando la justicia haciendo aquello que todo hombre y mujer que ama al Señor Dios hace: escuchar su voz y cumplir su voluntad porque es lo bueno y justo. De la misma manera José emigra a Egipto cuando Herodes ha condenado a muerte a todos los niños menores de 2 años (Mt 2,13-23).

Salir de la seguridad de su ciudad seguramente no fue algo sencillo, dejar su tierra, arriesgarse a partir y ser sorprendido en la ruta por aquello que asesinaban niños, ser atacado por bandidos o tal vez en Egipto no sería bien recibido, dejar su tierra y un marginal más que llegaba a ocupar un lugar al granero de la antigüedad. Cuando el peligro pasó, volvió, dejó los amigos y aquellos que le ofrecieron su hospitalidad para regresar a una ciudad que había cambiado, buscar un lugar para la familia y comenzar de nuevo. Ahí, de nuevo José actúa, y su acción es un grito que llama a mirar a los migrantes que, como él, María y Jesús han partido pues, en su tierra ya no mana leche ni miel sino violencia y muerte.

Lucas nos muestra a José y María, su mujer, miembros de un pueblo bajo el poder de Roma, parten pues el emperador ha ordenado un censo (Lc 2,1-22), volver a Belén, la Casa de David, desde donde el Señor llamará a un pastor para su Pueblo (Miq 5,2). José vuelve a casa y ahí nace el Mesías, fuera de la ciudad y rodeado de aquellos que, como José y María, son capaces de escuchar la voz del Señor y seguir alumbrando por el resplandor de una estrella.

Ahí está José, de nuevo en acción, buscando un lugar para pasar la noche y acoger la guagua que pronto nacerá, ahí está de nuevo recibiendo a los pastores que llegan a visitar al niño recién nacido. José que junto con María presentan al niño en el templo, el justo que cumple la ley (Ex 13,2) ofrece el sacrificio prescrito: dos pichones (Lv 12,8) no es un niño de los grandes de este mundo, de los poderosos y sin embargo, sus padres serán testigos de los prodigios que se anuncian de él (Lc 2,25-33) Sus padres, pobres y justos, testigos de la larga fidelidad de Dios con su pueblo, presentan a su hijo como uno más que, con su vida, atestiguará de la bondad de un Dios justo y bueno con Israel.

Por eso, cuando el niño ya hace parte de la comunidad, a los doce años, sube con José y María a Jerusalén a celebrar la Pascua y en el templo, según la tradición de su pueblo, encontrase con su Dios escucharlo, descubrir su fidelidad, alegrarse con los suyos en el lugar que lo une.

Entonces ¿qué sabemos de José? ¿es el gran silencioso? Quizá para nosotras y nosotros como mujeres y hombres del siglo XXI acostumbrados a un bagaje continuo, palabras y más palabras que, no siempre dicen algo. Sí, José es callado y silencioso, tal vez puede que nos moleste ese aparente silencio, pero nunca mutismo; silencio activo para estar atento a la escucha, acción que se hace lenguaje para decirnos cómo escuchar y buscar a Dios. Tal vez nos gustaría escuchar sus discursos, sus reflexiones, algo. Nada, a José hay que escucharlo de otra manera, en las acciones que realiza, en su constante búsqueda y escucha del querer de Dios, en sus ires y venires buscando lo bueno, en la alegría del nacimiento y la consagración de Jesús al Señor, en el asombro ante la visita de los pastores y lo que ellos cuentan; escucharlo en la hospitalidad ofrecida a los sabios de oriente, hombres que han atravesado desiertos para encontrarse con Jesús, hombres que han dejado la seguridad de su tierra para encontrar al rey que ha nacido ( Mt 2,1-2) escuchar la preocupación y las preguntas frente a la alternativa de partir, para huir de la brutalidad de Herodes y así hacer posible la redención.

Gran tarea encomendada a José y a su esposa María. Y hoy ¿Qué nos dice José, el justo? Quizá hoy, para nosotras y nosotros, mujeres y hombres del siglo XXI José puede ser nuestro compañero de ruta. Un compañero atento y decidido, presto a escucharnos y sobretodo el compañero que nos enseña a practicar la justicia, a ir siempre más allá de aquello que según nuestros criterios es bueno, a buscar lo mejor y ello solo se encuentra si se tiene un oído atento a escuchar la voz del Señor y a estar atento y atenta a lo que ocurre a nuestro alrededor, es ahí donde se conjuga el querer de Aquel que habla al corazón y la acción concreta que habla de ese querer susurrado al oído del creyente.

¿Qué nos enseña este compañero de ruta? A practicar, incansablemente la justicia, es decir, buscar el querer de Dios, abrir el corazón, es decir, nuestro entendimiento a esa palabra y concretizarse en una acción que muestre a los otros a ese Dios santo y justo que quiere lo bueno para su pueblo. Eso es lo que José enseñó a su hijo Jesús: busca primero la justicia de Dios. Tal vez, si contemplamos a José y nos atrevemos a comprender su lenguaje, escucharemos el susurro de una voz que nos dice: “tengan en cuenta todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de elogiable, de virtuoso y recomendable […] y el Dios de la paz estará con ustedes” (Fil 3,8)