Viernes 1 de octubre de 2021
Editorial: La misericordia es la verdad más luminosa
Por: Monseñor Alberto Lorenzelli sdb, Obispo Auxiliar de Santiago.
Fuente: Periódico Encuentro
Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/octubre2021/
La conmemoración del Mes de la Familia es ocasión propicia para recordar algunas enseñanzas contenidas en la exhortación apostólica Amoris laetitia, y Papa Francisco, de 2016, y que asume buena parte de las conclusiones de los sínodos de obispos que sobre esta materia se celebraron en 2014 y 2015. Su capítulo octavo (n° 291 a 312), en particular, ofrece una exposición muy llamativa sobre la desafiante necesidad de acompañar e integrar la fragilidad al interior de la vida de la comunidad cristiana. Esta mirada, que promueve un discernimiento pastoral de la realidad de la familia, implica un modo de dialogar entre la perfección de los ideales evangélicos que no se puede renunciar a afirmar y promover, por una parte, y la necesidad de restauración de un mundo roto, por la otra, en el que el amor y la realización del bien moral se rige por una ley de la gradualidad (Familiaris consortio n° 34).
Es decir, habiendo tantas circunstancias distintas por cuya razón las personas no están en condiciones de comprender, valorar o practicar plenamente las exigencias objetivas de la ley dada por Dios, el ejercicio prudencial de los actos libres de los sujetos ha de seguir un principio de gradualidad que los vaya acercando progresivamente a las exigencias del amor infinito y absoluto de Dios, tanto en la vida personal como social (AL n° 295).
Esta tensión entre un ideal exigente e irrenunciable y las posibilidades más modestas que ofrece a realidad, es algo propio de toda experiencia moral, no sólo para los cristianos. Pero la clave que ayuda a sobrellevar esta tensión, en el caso de la exhortación papal, es la misericordia, ilustrada con tanta ternura por Jesús en su encuentro con la Samaritana (Jn 4, 1-26).
En efecto, la palabra de Jesús, que se dirige al deseo de amor verdadero que anida en la Samaritana, es un modelo de cómo encarar situaciones difíciles de modo constructivo para que, con paciencia y delicadeza, puedan encaminarse hacia la plenitud evangélica en todo lo que concierne a la pareja humana y a la familia.
Por eso los padres sinodales pudieron decir cosas aparentemente desconcertantes, pero que precisamente intentan llevar a buen término esta desafiante tensión entre el ideal irrenunciable y las múltiples y disímiles limitaciones objetivas que la realidad les impone a las personas: “Los Padres sinodales expresaron que la Iglesia no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio” (AL n°292).
Y esos elementos constructivos tienen que ver con aquello en virtud de lo cual el matrimonio y la familia son instituciones decisivas para el bienestar y el futuro de la sociedad: una unión que ha alcanzado estabilidad mediante un vínculo público, connotada por un afecto profundo; fidelidad; responsabilidad por la prole; capacidad de superar las pruebas, entrega generosa, en fin, tantos rasgos que la Iglesia defiende y que en circunstancias muchas veces adversas se abren camino en la vida de tantos tipos tan diversos de familias, que merecen ser acogidas e invitadas a una experiencia más plena del proyecto del Evangelio, incluyendo su dimensión sacramental.
La Iglesia podrá ayudar mejor a las familias en sus dificultades en la medida en que ella misma se experimente como una comunidad que, pese a su pecado, ha recibido la abundante misericordia de Dios, misericordia tan incondicional como inmerecida. Como lo dice la exhortación, las leyes morales no deben aplicarse como si fueran rocas sobre la vida de las personas, y los casos difíciles y las familias heridas no debieran ser juzgadas por corazones cerrados que actúan con superioridad y superficialidad (AL n°305).
Siempre invitando a vivir el ideal más pleno del evangelio de la familia, el discernimiento pastoral ha de apoyar el crecimiento del bien posible. La lógica de la misericordia no toma distancia de la tormenta humana, sino que se deja complicar maravillosamente por ella, para que la Iglesia sea casa de acogida de todas las realidades sufrientes y que anhelan la plenitud a la que Jesús nos vino a invitar (AL n° 308). Nos lo termina de recordar Amoris laetitia: “La misericordia no excluye la justicia y la verdad, pero ante todo tenemos que decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios” (AL 311).
Se trata en verdad de un reto harto difícil pero, en la medida en que quiere cargar con la dificultad de la existencia humana, es también un reto muy bello. ¿Podríamos intentar la realización de un esfuerzo semejante, de mantener en alto la invitación a ideales exigentes al mismo tiempo que conservamos una actitud de misericordia y de acompañamiento al progreso gradual del bien posible en otros ámbitos de la vida, personal y social, dejando atrás la tentación de superioridad y superficialidad moral que desatiende las reales condiciones de la “tormenta humana”? Tal vez esta es una pregunta pertinente para la vida de nuestra comunidad y de nuestro país en todas sus dimensiones.