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Miércoles 17 de febrero de 2021

Editorial: “Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos”

Por: Monseñor Alberto Lorenzelli, obispo auxiliar de Santiago

Fotos: Nibaldo Pérez

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/diciembre2020/9.php

Cuando muchos están deseando que este año termine pronto, la conmemoración de la Navidad puede sonar hasta fuera de lugar. Sin embargo, como en los ciclos de la naturaleza, la presencia del invierno es anuncio de la inexorable llegada de la primavera. El nacimiento de un niño es siempre sinónimo de la perseverancia de la vida y de la esperanza que se renueva, los niños llegan “con una marraqueta bajo el brazo”. Pero, además, este nacimiento de Jesús algo nos dice de cómo es Dios y qué relación quiere tener con nosotros. El Papa Benedicto, trayendo a la memoria a un teólogo medieval – Guillermo de Thierry- enseñaba en sus catequesis de Navidad que Dios, al ver que su grandeza provocaba resistencia –un Dios que infunde temor por su omnipotencia- decidió entrar en la historia compartiendo nuestra humanidad. Es decir, se hizo pequeño, vulnerable, necesitado de cuidado y amor. Es impactante que Dios se nos presente así: Él pidiendo nuestra ayuda; Él haciendo confianza en nosotros en que sabremos cuidarlo; Él no sólo mostrando predilección por los más pequeños, sino que haciéndose uno más con ellos, ¿no parece acaso un mundo al revés, Dios que se pone en nuestras manos? A un Dios así de desvalido ya no se lo puede temer, no cabe sino amarlo, y tener deseos de cuidarlo.

Coincide este tiempo de espera de la Navidad con la entrega que el Papa Francisco ha hecho de una nueva encíclica, Fratelli Tutti, sobre la amistad social. Pero no es sólo una encíclica social para reflexionar sobre los grandes asuntos de la política, la economía o las relaciones internacionales. Todo eso está presente, es cierto, pero en un contexto de un hilo vertebral más amplio, y que es una renovada manera de poner al otro en el centro de nuestras preocupaciones y comportamientos, incluso más allá de las barreras impuestas por el espacio y la geografía. Nuestras sociedades se han ido erosionando por la fragmentación y el olvido del bien común. Pese a esfuerzos de restablecer la tranquilidad social a veces preferentemente con recursos de inteligencia o policiales, se ha olvidado que la paz sólo puede construirse en equidad y atendiendo a un desarrollo humano integral. En esto, la encíclica ofrece una clave muy importante para intentar de nuevo la construcción de sociedades cohesionadas y armónicas: “Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos” (FT 235). Y esto lo podemos vivir desde la más pequeña de nuestras interrelaciones humanas en la familia y el barrio, hasta las relaciones entre pueblos y naciones y, aún más, nuestras relaciones con la biósfera de la tierra y, por qué no, con el universo entero cuya incesante exploración no hace más que agrandarlo.

Es difícil no ver la íntima conexión que hay entre la contemplación del pesebre y el llamado a cuidar de Dios niño, por una parte, y el restablecimiento de relaciones de cuidado mutuo entre todos quienes nos reconocemos como vulnerables y formamos la humanidad a todas las escalas, mucho más allá de los límites de la propia Iglesia, por la otra. No en vano, buena parte de las reflexiones de la encíclica surgen inspiradas en el encuentro que el Papa Francisco sostuvo en 2019 con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb en que reflexionaron sobre la fraternidad humana, la paz mundial y la convivencia común, y están refrendadas en el ejemplo de tantos cristianos, pero también de personas de buena voluntad, desde san Francisco de Asís o Charles de Foucault hasta Gandhi.

Si en verdad experimentamos que el Dios en que creemos no es un poder que tiraniza a sus subordinados, sino que es quien libera porque se ofrece como servicio desinteresado a quienes más lo necesitan, entonces es mucho lo bueno que está por llegar y por ver. Nuestra propia arquidiócesis recibe con alegría la noticia de la creación como cardenal de la Iglesia de nuestro arzobispo Celestino, pero él mismo nos ha recordado que estos nombramientos no son para el ensalzamiento personal, sino para ser de ayuda a las necesidades de la Iglesia y del gobierno del Santo Padre, y en nuestro caso particular, para continuar en un camino de purificación y conversión, lleno de gratitud al Papa, que con este nombramiento muestra un cariño y especial atención a nuestra Iglesia.

El año que termina ha puesto a prueba todo nuestro carácter, y mucho es lo que hemos experimentado como gran pérdida y sufrimiento. Pero también ha sido un tiempo en que ha aflorado lo mejor de todos nosotros, en innumerables y maravillosas iniciativas de bien común y cuidado mutuo. Esas semillas han caído en buena tierra, créanme que darán sus frutos y pese a cualquier escollo, aportarán a la construcción de una mejor Iglesia y un mejor país. Que todos tengamos una Navidad con sentido, que nos una y que renueve nuestras fuerzas para continuar el camino, bajo la mirada amorosa de una joven familia que descansaba en una pesebrera.

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