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Artículo

Martes 13 de abril de 2021

Editorial: La hora de la corresponsabilidad

Por: Monseñor Julio Larrondo, Obispo Auxiliar de Santiago.

Fotos: Nibaldo Pérez

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/abril2021/8.php

Pese a las dificultades, marchas y contramarchas impuestas por la situación sanitaria, hay procesos que se han desencadenado y no detienen su curso. Probablemente, aunque en la forma parezcan distintos, obedecen a causas similares, arraigadas en las profundas transformaciones culturales de las últimas décadas. Hay un anhelo creciente de la población de ser tomada en cuenta, de participar en las decisiones y políticas que afectan a su vida, así como de fiscalizar más el ejercicio del poder de las autoridades. Ello es perceptible en la vida de pueblos y naciones, pero también en comunidades más pequeñas: la empresa, la escuela, el barrio. Las instituciones religiosas tampoco están al margen de este proceso que busca una mayor horizontalidad en las relaciones y, en el caso de las Iglesias y comunidades cristianas, procurando que el poder, en cualquier parte donde se ejerza, sea entendido antes que todo como servicio, siguiendo las huellas de Jesús que no vino a ser sevido sino a servir (Mc 10,45).

En ese sentido, lo que vive actualmente la Iglesia de Santiago guarda analogías con lo que vivimos como país. Al inaugurarse el año pastoral 2021, se presentó un documento de síntesis de las reflexiones del proceso de escucha y reflexión pastoral realizado durante 2020, con la vista puesta en la Jornada Arquidiocesana de Discernimiento Pastoral programada para agosto próximo. Este proceso ha procurado un estilo sinodal que involucre al Pueblo de Dios en su conjunto, en medio de las dificultades e incluso escándalos que hemos conocido en la Iglesia los últimos años. Pese al desaliento que suscita la reiteración de graves errores, prevalece la conciencia de ser Iglesia y el deseo rectificar lo que hemos hecho mal, sin autoengaños y proponiendo reformas constructivas, aspecto destacado del documento de síntesis. Sus acentuaciones permiten que la crítica justificada no se fosilice en forma de queja, sino que se transforme en propuestas y proyectos de inspiración evangélica.

Así pues, desde su íntima inteligencia espiritual (DV 8) el Pueblo de Dios pide un retorno a la persona de Jesús, a la Palabra de Dios y a la caridad. Ungidos por el bautismo como sacerdotes, profetas y reyes, todos los miembros de la comunidad se consideran llamados a asumir la corresponsabilidad por la buena marcha de ‘su Iglesia’. Para ello, se requiere una toma de conciencia mayor del significado teológico y pastoral de la sinodalidad y, a partir de eso, una más enfática puesta en marcha de instancias previstas ya en las normas, pero que no se han actualizado o madurado suficientemente, como los consejos parroquiales o el consejo diocesano. Incluso pueden tener lugar nuevas instancias, como las propuestas del documento respecto de una vicaría de la mujer o una pastoral digital.

Hay también un clamor muy sentido por una escucha más atenta y un diálogo más receptivo con los jóvenes y conmueve el interés porque la prioridad por el cuidado mutuo y la cultura del buen trato se extienda incluso hacia la vida consagrada, como una responsabilidad de todos y todas. Hay también una llamativa claridad para no disociar la dimensión espiritual y el compromiso con la transformación de la sociedad, aspectos que emanan unidos de la fe. La celebración del culto se avizora como fuente, expresión y ofrenda de cuanto la Iglesia realiza en favor de los procesos humanizadores. En estos la comunidad creyente se involucra haciendo suyas las necesidades y dolores de sus hermanos en la hora actual sin distinción alguna.

En este breve recuento de lo planteado por el documento de síntesis, podríamos decir que la eclesiología del Concilio Vaticano II, particularmente en lo que a sinodalidad se refiere, madura progresivamente, y este camino de reflexión puede considerarse uno de sus frutos.

Es esperanzador que este proceso eclesial, que se había incubado quizás desde mucho antes que la celebración del Concilio, reme a la par con procesos socioculturales análogos que buscan expresarse en nuestro país en el proceso constituyente. Pese a la reprogramación de las votaciones, es claro que la sociedad chilena contiene una complejidad más rica que antaño y afloran muchas demandas particulares –por el agua, el reconocimiento de etnias, la regionalización efectiva, la sustentabilidad ambiental, los derechos de distintos grupos minoritarios o minorizados- cuyo mínimo común denominador es la necesidad de mayor horizontalidad, equidad, obligación y transparencia en las cuentas, participación en la base y en los territorios, entre otras demandas. Lo que para la sociedad civil se resume en el anhelo de más y mejor democracia, en la Iglesia se resume en un estilo sinodal, cuyo significado teológico se encuentra en la Escritura y la Tradición –particularmente en la eclesiología del Vaticano II– y cuya orientación pastoral ha sido un aprendizaje práctico. En un caso y otro, existe el deseo de que el poder se ejerza para servir y el servicio del Bien común y de los hermanos marque la fisonomía de nuestra patria y de nuestra Iglesia. Gran aporte haríamos los cristianos a nuestro país si lo que pedimos para la Iglesia lo tradujéramos en expresiones análogas para el país: servir, cuidar, amar.