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Miércoles 17 de febrero de 2021

Editorial: Construir el país en que habremos de vivir

Por: Monseñor Alberto Lorenzelli, obispo auxiliar de Santiago

Fotos: Nibaldo Pérez

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/octubre2020/7.php

Ha transcurrido el tiempo que media entre una generación y otra, desde que nos visitara el Papa Juan Pablo II. Reunido con los jóvenes en el estadio Nacional, comparó la situación del mundo y de la juventud de aquél tiempo con la de la hija de Jairo -uno de los jefes de la sinagoga- que se encontraba moribunda (Mc 5, 21-43). Al visitar su casa, en medio del llanto y el griterío, hubo quienes se burlaron de Jesús por afirmar que la pequeña de doce años no estaba muerta, sino sólo dormida.

En este mes de octubre coinciden dos acontecimientos que nos mueven a reflexionar. Una peregrinación virtual de la juventud para conmemorar a Santa Teresa de los Andes el sábado 17, y un plebiscito que convoca a toda la ciudadanía para decidir si daremos inicio o no a un proceso constituyente, apenas una semana más tarde, el domingo 25.

Una sociedad se construye con el esfuerzo y cooperación continuos de varias generaciones. Bien cabe decir que somos herederos de quienes nos antecedieron y que les debemos mucho. Pero la tradición bien entendida supone recibir un legado y dar continuidad conforme a las exigencias cambiantes de los tiempos. Desde la memorable visita del Papa en 1987 hasta hoy, porque muchas cosas cambiaron para bien, otras necesitan de una transformación. ¿Qué debemos cambiar y qué debemos conservar? La Iglesia aprecia en la democracia un sistema que posibilita la participación de los gobernados, la elección y remoción pacífica de los gobernantes, y la posibilidad de diálogo entre diferentes en que no se tiene que renunciar a las propias convicciones mientras que simultáneamente podemos buscar y atender cuanto haya de verdad en los puntos de vista de otros. La cultura democrática, querida por la Iglesia, implica involucrarse, asumir una corresponsabilidad, espíritu de diálogo y escucha atenta de quienes somos compatriotas no sólo por haber nacido en un mismo lugar, sino más bien por el hecho de ser co-constructores de una misma sociedad.

La Iglesia no considera pertinente decirle a cada persona cuál debiera ser su forma de votar, pero sí puede hacer un llamado a asumir positivamente nuestras responsabilidades en la promoción del bien común. La decisión que habremos de tomar, la que quiera que sea adoptada con una conciencia que ha procurado formarse rectamente, tiene que orientarse hacia la edificación de una patria común en la que nadie sobra, en la que todos tienen cabida, y en la que especialmente se favorece la condición de los más necesitados.

Los imprevistos han hecho que este año la peregrinación de la juventud al Santuario de Santa Teresa sólo pueda realizarse de manera remota. Pero esto contiene un símbolo de gran valor: la voluntad de los jóvenes de conectarse, de mantenerse unidos pese al distanciamiento, de reconocerse parte de una misma comunidad y actuar dentro de ella. Los jóvenes que peregrinan no están para “balconear”, como quien mira desde lejos sin involucrarse en el curso de la historia, como si se tratara de algo que no le concierne.

Después de varios procesos electorales con muy baja participación, hay quien diría que el sentido de la responsabilidad de la sociedad chilena para con su propia historia está moribundo. Sin embargo, cada año han sido miles los jóvenes que, venidos de todos los puntos de Chile, caminan a visitar a Teresa de los Andes para escucharle decir “Tomen la resolución de ser toda para todos, sacrificándose por los demás sin manifestarlo. Renuncien a sus comodidades por los demás, para ganarles el corazón y llevarlos a Dios”. ¡Qué maravillosa noticia sería encontrarnos con esa juventud dispuesta a asumir su parte en la tarea de construir el país en el que han de vivir por un largo tiempo más! Con qué alegría podríamos encarar el futuro si nuestros jóvenes nos convencen con su entusiasmo y compromiso que ellos son el empujón que nos saca del letargo, si nos muestran que sólo estábamos dormidos y que podemos responder al llamado de Jesús: “Contigo hablo niña, ¡levántate!”.

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