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Viernes 18 de diciembre de 2020

Celestino Aós: “En mi pueblo en Navarra solo quedan 11 familias y una iglesia”

Recientemente investido cardenal por el Papa Francisco, repasa sus días en su España natal. Y habla de la crisis en la iglesia chilena. “Es bueno que siempre busquemos la verdad; que si es necesario hablar de los abusos cometidos por miembros de la iglesia, lo hablemos”.

Periodista: Carolina Méndez

Fuente: La Segunda

Los rayos de sol apuntan esquivamente al escritorio de Celestino Aós (75). En la casa del arzobispado de Santiago (Ñuñoa), donde reside el cardenal, no se sienten los 32 grados de este jueves de diciembre. En su habitación tiene fotos familiares, libros de teología, la Biblia y una pintura del artista español Miguel Pérez Torres titulada “La confesión del capuchino” (1922). “Es un cuadro muy significativo porque los capuchinos, que somos una orden franciscana, también nos confesamos. Necesitamos la gracia, el perdón y la misericordia”, dice. El arzobispo de Santiago, nacido en España y con estudios filosóficos en Zaragoza (entre 1960 y 1963) lleva al cuello una cruz de cobre con una larga cadena. “En mi ignorancia, cuando la compré, no sabía que era la misma que usaba el Santo Padre. Me pareció una imagen hermosa. Simboliza en su relieve al espíritu santo, representado en la paloma, la oveja perdida y la imagen del buen pastor que recuerda a Jesús”, comenta.

Esta cruz la usa desde que en 2014 el Papa Francisco lo designó obispo de la diócesis de Copiapó (hasta principios de 2019).También la llevó cuando el pontífice lo designó arzobispo de Santiago el año pasado y la lució a finales de noviembre cuando lo ordenó cardenal (junto a diez nuevos purpurados) en un consistorio presencial en la basílica de San Pedro. Con esto se convirtió en el octavo cardenal en la historia de la iglesia chilena y como menor de 80 años podrá participar del próximo cónclave para votar a un nuevo Papa. “Ser nombrado cardenal significó una sorpresa maravillosa, jamás me lo esperé”, confiesa.

A su llegada a Roma para la investidura como cardenal, el prelado, quien ingresó al noviciado de Sangüesa (Navarra) en 1963, se mantuvo diez días en “total aislamiento”. Para ello se quedó en la residencia Santa Marta, edificio colindante a la Basílica de San Pedro donde vive el Papa. “Todo Italia estaba cerrada. En medio de intensas lluvias, viento y mucho frío permanecí encerrado en oración. Gracias a Dios antes de venirme pude viajar a la ciudad de Asís donde celebré una misa sobre el sepulcro de San Francisco. Para un capuchino visitar sus restos tiene un significado emblemático”.

Licenciado en psicología en la Universidad de Barcelona y ordenado sacerdote en Pamplona (1968), Aós fue enviado a Chile por su orden capuchina en 1980. En Santiago, gracias a una beca de investigación en psicología, ingresó a la UC. Dos años después fue vicario en Longaví (diócesis de Linares), luego estuvo en la diócesis de Santa María, en Los Ángeles (en dos períodos (1985 y 2008) y también en la diócesis de Valparaíso (1995). Mientras, que en 2007 ejerció como promotor de justicia del tribunal eclesiástico de Valparaíso y más tarde como juez y psicólogo del tribunal inter diocesano de la arquidiócesis de Concepción.“Llevo en este país más de la mitad de mis años de vida; ya soy chileno”, dice con marcado acento español.

–En 2019 el Papa lo nombró arzobispo de Santiago, en noviembre pasado lo ordenó cardenal y esta semana lo designó miembro de la Pontificia Comisión para América Latina (PCAL) organismo de la curia romana que apoya a las iglesias latinoamericanas. ¿Cómo prefiere que se refieran a usted?

–La verdad es que no tengo ni idea ni he pensado en eso. Los títulos habrá que respetarlos por protocolo. Pero soy el mismo de siempre, un hombre sencillo. Al final somos todos hermanos, cristianos y personas.

–¿Qué significado tiene para Chile su nombramiento como cardenal?

–Hermosa pregunta. Para mí es el reconocimiento del Papa por la confianza que me manifiesta. Él es el hermano mayor en la fe y nos anima para buscar la voluntad de Dios. Es un nombramiento que no me afecta a mí exclusivamente sino también a todos los obispos y a la iglesia chilena. Mi compromiso es tratar de ser mejor cristiano, mejor obispo y mejor persona. Esta designación me hace sentir que la iglesia es grande, que todos somos hermanos y estamos unidos.

“No le temo a la muerte”

Durante los días de cuarentena el cardenal se propuso remontarse a su historia en Artaiz, localidad al norte de España (a 24 kilómetros de Pamplona) donde nació. En este “mágico” poblado de Navarra creció junto a sus padres como el quinto de ocho hermanos. “Repasé a los hombres y mujeres de mi pueblo. Quienes me acompañaron en mi formación en el seminario menor, en el mayor y en mis estudios de teología. La sencilla casa de piedra donde viví, que se demolió, la guardo en mi mente y en mi corazón. Pertenecí a una familia pobre, no me avergüenzo en decirlo. En mi casa se iba a misa, se rezaba el rosario y se bendecía la mesa. Mi padre era el que cortaba el pan y le hacía la señal de la cruz con el cuchillo”, relata.

Con diez años, en 1955, el cardenal ingresó como aspirante a la Orden de los Frailes Menores (OFM) capuchinos en su tierra natal. “De niño no pensaba en el sacerdocio; a esa edad soñaba con las acciones misioneras que los capuchinos hacían por el mundo”.

–¿Cómo fue vivir en un ambiente privado de recursos?

–Siempre fuimos pobres, pero en el campo uno siempre puede tener alguna verdura y hay animales. No nos faltó para comer. En mi pueblo pequeño de campesinos, mi papá era un electricista que instalaba ampolletas y cables; alambres de cobre chileno. Pero fueron años duros. Nací en 1945 finalizada la segunda guerra mundial. España había terminado en 1939 una guerra civil terrible y vinieron años de aislamiento social donde las naciones nos cerraron las puertas.

–¿Y cuál es el rasgo más español que conserva?

–No sé bien. Quizás eso de que somos serios y reservados. Cuando estoy en España dicen que tengo acento chileno. Y aquí me comentan que después de tantos años no logro hablar como ustedes. En realidad, todavía mantengo gran parte de mi acento navarro.

–Durante su viaje a Italia pasó por su pueblo natal Artaiz. ¿Qué sintió al recorrer sus calles?

–Significó una experiencia sorprendente, hermosa y profunda. Estuve en un día de nieve. En mi pueblo solo hay once familias y una hermosísima iglesia del siglo doce que contemplé. Estaba cerrada por el coronavirus. Y aunque no me quedan familiares directos allá, me encontré con compañeros de infancia; fue muy lindo verlos después de tantos años.

–Me imagino que al pertenecer al grupo de riesgo por su edad, el coronavirus debe ser bien preocupante para usted, ¿le teme a la muerte?

–No, es un paso y una puerta. Francisco de Asís la llamó “la hermana muerte” de la cual ningún hombre se escapa. Ella es quien nos despojará de este cuerpo y nos va a posibilitar el encuentro con el Padre. Lo que nos espera es mucho más hermoso que lo que tenemos en la tierra.

“No tenemos miedo a que la verdad aparezca”

Durante sus recientes días en Roma el arzobispo de Santiago se encontró con el Papa Francisco en las audiencias y en el comedor de la residencia de Santa Marta. No era la primera vez que lo veía. Se había
reunido con el Santo Padre en ocasiones anteriores.“En este viaje me impresionaron sus extensas jornadas de oración. Se levantaba muy temprano, es un trabajador infatigable. Además, está muy interesado e informado de las dificultades, virtudes y logros que vivimos en Chile”.

–¿Esta vez pudo hablar con el Papa de temas como los casos de abuso sexual cometidos por miembros de la iglesia chilena?

–Él no está ajeno a la preocupación por los que sufren, han sufrido o se consideran víctimas de abusos aberrantes. Esos delitos nunca debieron ocurrir y no queremos que se repitan. El Santo Padre está al tanto de las obras de nuestra iglesia. Él nos anima a reparar y a buscar que no se vuelvan a repetir estos hechos terribles.

–El documento de análisis “Comprendiendo la crisis de la Iglesia en Chile”, elaborado por 16 académicos de la UC determinó el alcance del abuso sexual a menores de edad por parte de sacerdotes chilenos. Dentro de los orígenes de esta investigación se habló del encubrimiento. ¿Qué opina sobre esta causal?

–Cuando uno descubre hechos así tiene que lógicamente preguntarse cuáles son sus orígenes. Nuestra iglesia está buscando la verdad, saber qué, cómo y por qué pasó. Y también está trabajando para que esto no vuelva a pasar. No tenemos miedo a que la verdad aparezca. Si hay o hubo encubrimiento habrá que hacer justicia, porque encubrir no lleva a sanar a nadie. Debemos animar a que las víctimas denuncien y que acudan a la fiscalía civil para investigar. En su historia, la iglesia siempre ha reconocido sus pecados.

–Tras la renuncia del cardenal Ricardo Ezzati, investigado por presunto encubrimiento de abusos sexuales, usted lo reemplazó como arzobispo de Santiago en 2019. Este mismo año usted fue acusado de encubrir un caso de abuso sexual por un miembro de la iglesia. Esto habría sucedido mientras ejercía como promotor de justicia en el Tribunal Eclesiástico de Valparaíso. ¿Cómo recibió esto?

–Actué como promotor de justicia dentro de la estructura de un tribunal, las actas están ahí y cualquiera puede pedirlas. En los expedientes se pueden leer mis actuaciones. Están los procesos y quien quiera puede tenerlos. Cualquier cosa que pueda decir adyacente a esa información es irrelevante. 

–¿Cuál es su desafío como cardenal en cuanto a los abusos que ha cometido la iglesia?

–Cada uno de los cristianos debemos hacernos esta pregunta porque este asunto no es exclusivo ni del cardenal ni del obispo ni de los sacerdotes. Es de todos y cada uno de nosotros. Al mismo tiempo debemos preguntarnos individualmente como iglesia y como sociedad qué podemos hacer.

–Como psicólogo y con su vasta experiencia en justicia eclesiástica, ¿cree que es bueno transparentar y poner en el debate estos temas que involucran a la iglesia?

–Me parece bueno que siempre busquemos la verdad y, que si es necesario hablar de este tema, lo hablemos. En la iglesia tenemos muchas cosas de qué conversar y, pobre de nosotros si no hablamos o si hablamos a destiempo. No puede ser que nos quedemos con una visión pequeña de los hechos. La iglesia debe encontrar lo que el Señor nos entrega. Nos regala luz de la fe y nos llama a que le vayamos haciendo bien al mundo. A que hablemos directamente con la verdad.