Artículo
Viernes 14 de abril de 2017
Solemne Adoración de la Cruz en la Catedral
La proclamación del relato de la Pasión de Jesucristo según San Juan y la Adoración de la Cruz, tuvieron un marco de profunda reflexión y solemnidad, en la tarde de este Viernes Santo, en la Catedral Metropolitana, presididas por el cardenal Ricardo Ezzati.
Fotos: Nibaldo Pérez
Periodista: José Francisco Contreras
Fuente: Dirección de Comunicaciones
Link fuente: www.iglesiadesantiago.cl
El templo estaba lleno de fieles al momento en que el Arzobispo de Santiago ingresó en procesión y se puso de rodillas ante el altar, en gesto de adoración y oración. Luego se desarrolló la Liturgia de la Palabra, en la que se proclamó un texto del profeta Isaías y una carta a los hebreos, previo al Evangelio, el relato completo de la Pasión y Muerte de Jesucristo, según san Juan, la que fue cantado solemnemente y seguido con unción por los presentes.
El pastor de la diócesis comenzó su homilía recordando que "Jesucristo, obediente al Padre, se hizo nada, como una creatura; como dice el profeta, se hizo como un gusano de la tierra, y muriendo en la cruz, nos regaló la vida divina".
Después, a partir de los textos bíblicos proclamados, sugirió tres actitudes para vivirlas de corazón.
La primera es acercarnos a Jesús en la Cruz, "donde entregó hasta su última gota de sangre y no se guardó nada para sí, y decirle: 'Me has amado y te has entregado por mi'. Porque todos somos necesitados. Te has entregado por mí, por mis rebeldías, por mis pecados, por mi incapacidad de amar, de perdonar, por mi soberbia. Me has amado a mí y te has entregado por mí, porque muchas veces me he puesto de rodillas frente a tantos dioses falsos. Y te has entregado a mí para darme vida, para hacer nacer en mi corazón la fe'. Frente a la cruz digámosle al Señor que nos ha amado y entregado por nosotros".
En segundo lugar, el cardenal llamó a pensar y acompañar en sus tantas cruces a los hermanos de Jesús que "llevan el dolor de su vida en el sufrimiento de sus existencias. Podemos pensar en los enfermos, en los que viven cargando la cruz de su soledad, porque no tienen con quién compartir un momento de su existencia". También se refirió a los que cargan la cruz de la violencia en el mundo y los que sufren sus propios pecados, que destruyen no solo la relación con Dios, sino que "destruyen nuestra propia dignidad humana y nos hacen sentir sucios por nuestras faltas".
Finalmente, el pastor enfatizó que el mal, el dolor, no es la última palabra, "que la muerte no terminará ganando, porque el Viernes Santo abre a la esperanza del Domingo de Resurrección". Y de ahí nace, dijo, "la actitud del que sabe poner su vida, su historia, en las manos de Dios, que siempre nos regala su vida".
Después de la solemne oración de los fieles de este Viernes Santo, tuvo lugar la Adoración de la Cruz, la que fue llevada hasta frente al altar en procesión por un sacerdote y dos acólitos. Allí el propio arzobispo y luego todos los fieles, desfilaron para besar el madero o el cuerpo de Jesucristo, como signo de amor a Dios por el perdón de los pecados.
El pastor de la diócesis comenzó su homilía recordando que "Jesucristo, obediente al Padre, se hizo nada, como una creatura; como dice el profeta, se hizo como un gusano de la tierra, y muriendo en la cruz, nos regaló la vida divina".
Después, a partir de los textos bíblicos proclamados, sugirió tres actitudes para vivirlas de corazón.
La primera es acercarnos a Jesús en la Cruz, "donde entregó hasta su última gota de sangre y no se guardó nada para sí, y decirle: 'Me has amado y te has entregado por mi'. Porque todos somos necesitados. Te has entregado por mí, por mis rebeldías, por mis pecados, por mi incapacidad de amar, de perdonar, por mi soberbia. Me has amado a mí y te has entregado por mí, porque muchas veces me he puesto de rodillas frente a tantos dioses falsos. Y te has entregado a mí para darme vida, para hacer nacer en mi corazón la fe'. Frente a la cruz digámosle al Señor que nos ha amado y entregado por nosotros".
En segundo lugar, el cardenal llamó a pensar y acompañar en sus tantas cruces a los hermanos de Jesús que "llevan el dolor de su vida en el sufrimiento de sus existencias. Podemos pensar en los enfermos, en los que viven cargando la cruz de su soledad, porque no tienen con quién compartir un momento de su existencia". También se refirió a los que cargan la cruz de la violencia en el mundo y los que sufren sus propios pecados, que destruyen no solo la relación con Dios, sino que "destruyen nuestra propia dignidad humana y nos hacen sentir sucios por nuestras faltas".
Finalmente, el pastor enfatizó que el mal, el dolor, no es la última palabra, "que la muerte no terminará ganando, porque el Viernes Santo abre a la esperanza del Domingo de Resurrección". Y de ahí nace, dijo, "la actitud del que sabe poner su vida, su historia, en las manos de Dios, que siempre nos regala su vida".
Después de la solemne oración de los fieles de este Viernes Santo, tuvo lugar la Adoración de la Cruz, la que fue llevada hasta frente al altar en procesión por un sacerdote y dos acólitos. Allí el propio arzobispo y luego todos los fieles, desfilaron para besar el madero o el cuerpo de Jesucristo, como signo de amor a Dios por el perdón de los pecados.