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Miércoles 2 de noviembre de 2022

El santo amigo

El 9 de octubre del año en curso el Papa Francisco proclamó santo a Juan Bautista Scalabrini (1839-1905), el Padre de los migrantes. “Scalabrini miraba más allá, miraba hacia el futuro, hacia un mundo y una Iglesia sin barreras, sin extranjeros” – dijo el Papa en la homilía de canonización.

Obispo de Piacenza desde 1876 hasta su muerte, nuestro santo había quedado impresionado al ver que millares de compatriotas no podían evitar la alternativa – como se decía entonces – de “robar o emigrar”. En uno escrito, Scalabrini narra cuando pasó por la estación de ferrocarril de Milán y vio a centenas de viejos encorvados por la edad y los esfuerzos, hombres en la flor de la virilidad, mujeres que traían consigo o llevaban en los brazos sus niños, jovencitos y jovencitas todos hermanados por un sólo pensamiento, todos dirigidos hacia una meta común. Eran migrantes”. Él asume esta dramática realidad como un llamado de Dios: “¿Cuántos desengaños, cuántos nuevos dolores les prepara el porvenir incierto? ¿Cuántos conseguirán la victoria en la lucha por la existencia?... ¿Cuántos si bien encontrando el pan para el cuerpo, perderán el del alma, no menos necesario que el primero y perderán, en una vida totalmente material, la fe de sus padres?”

La respuesta no tarda. Scalabrini funda tres institutos al servicio de los migrantes: en 1887 los Misioneros de San Carlos, en 1889 la Asociación Laica San Rafael y en 1895 las Misioneras de San Carlos Borromeo. Propone su análisis del fenómeno migratorio – desde el lado religioso, pero también social, económico, legal, político – en varias publicaciones; en 1888 presenta al Congreso italiano un proyecto de ley sobre la emigración italiana. En el bienio 1891-1892 recorre Italia para concientizar a la opinión pública sobre el fenómeno migratorio. Pocos días antes de morir, envía al Papa Pío X un Memorial solicitando la creación de un organismo central de la Santa Sede con el fin de coordinar y de organizar la asistencia religiosa y social de los migrantes católicos de cualquier nación: El fenómeno migratorio es universal, y universal por la autoridad y central por posición quiere ser la Comisión de la que se habla”.

Sin embargo, y a pesar de que para mucha gente, incluso eclesiásticos, la migración era un fenómeno transitorio y significaba solo un problema, Scalabrini supo reconocer en ello un signo de los tiempos: “Emigran las semillas sobre las alas de los vientos, emigran las plantas de continente a continente, llevadas por la corriente de las aguas, emigran los pájaros y los animales, y, más que todos, emigra el hombre, a veces en forma colectiva, a veces en forma aislada pero siempre instrumento de esa Providencia que preside a los destinos humanos y los guía, aun a través de catástrofes, hacia la meta, que es el perfeccionamiento del hombre sobre la tierra y la gloria de Dios en los cielos”. Él no miraba a los migrantes solo desde los andenes, del púlpito o de la cátedra. Era visto en la estación de Piacenza bendiciendo su partida, se manifestaba conmovido al leer sus cartas (“estamos aquí como bestias”… “se vive y se muere sin sacerdotes, sin maestros y sin médicos”…) y fue aún más allá: los acompañó en dos viajes épicos...

En julio de 1901, invitado por los misioneros de su Congregación, por obispos norte americanos y apoyado por el Papa León XIII, Scalabrini parte a los Estados Unidos, donde se reunirá también con el presidente Theodor Roosevelt. Basta encontrar una anotación de su diario de viaje para reconocer su corazón de buen pastor: “28 de julio. Administro la Primera Comunión y la Confirmación a varios hijos de nuestros emigrantes... están presentes 1200 personas... Cuando menciono la patria abandonada, es un gemido, un llanto general... Todos los días de 4 a 5 de la tarde explico el catecismo a algunos jóvenes, para mi gran consuelo...”. Pocos años después, en 1904, a pedido de Pío X, Scalabrini emprende un viaje aún más arduo: es la vez de visitar el Brasil, a pesar de que estaba físicamente debilitado, ya que apenas había concluido la quinta visita pastoral a las 365 parroquias de su diócesis. En oportunidades, el obispo llega a cabalgar siete horas diarias para llevar a millares de migrantes “la sonrisa de la patria y el consuelo de la fe”. Si los números revelan algo, hay que tener en consideración que, de entre sus actividades en los cinco meses que duró la visita al país suramericano, administró un total de 40.000 confirmaciones.

De acuerdo a la anterior, bien merecido está el apelativo por él recibido de parte del Papa Pío XI: “Obispo misionero”. Otros títulos recibidos revelan la grandeza persona y de su múltiple obra: “Apóstol del Catecismo” (Pío IX), “Príncipe de la Caridad” (Benedicto XV), “Padre de los Migrantes” (Pío XII). Se dijo que “para su corazón no era suficiente una diócesis” (Benedicto XV), que “tuvo visiones muy particulares, muy discutidas en su época, pero previsoras” (Pablo VI)…

Pero hay otro título atribuido ahora a él por los migrantes que ocuparon un lugar tan especial en su apostolado: “santo amigo”. Así se escucha en nuestra parroquia scalabriniana de Santiago. Sí, Scalabrini es santo amigo de aquellos que tienen que dejar la patria querida para continuar a nutrir la esperanza. El amor tan concreto y genuino que él manifestó a los migrantes es cada vez más reciproco; precisamente, un amor entre amigos. Nuestro santo no está fijado en un altar, su mirada continúa acompañando el éxodo de tantos hermanos por mares, desiertos, fronteras... con amor de padre, con amor de amigo.

 

Parroquia Ntra. Sra. de Pompeya