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Lunes 6 de junio de 2022

"Pentecostés: comunicación, alegría y benevolencia"

Por: Monseñor Alberto Lorenzelli Rossi S.D.B. Vicario General de la Arquidiócesis de Santiago

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/junio2022/

En el primer domingo de junio celebramos la fiesta de Pentecostés, misterio que constituye el bautismo de la Iglesia y el impulso inicial de lo que sería su misión. Es usual encontrar entre los comentaristas la contraposición entre Babel (Gen 11, 1-9) y Pentecostés (Hch 2, 1-11), entre aquellos hombres que, queriendo ser autosuficientes para alcanzar el cielo, perdieron la capacidad de comunicarse y comprenderse, y este otro grupo de discípulos que podían darse a entender a todas las personas por más diversas que fueran sus lenguas, después de haber sido llenados del fuego del Espíritu Santo.

El ingenio tecnológico no ha parado de perfeccionar y multiplicar los artefactos que hacen posible una comunicación cada vez más expedita e inmediata, hasta límites asombrosos de fidelidad de reproducción de imágenes y audios. Sin embargo, esto ha sido acompañado muchas veces de un deterioro de la capacidad de establecer vínculos o de cultivarlos de manera sana y constructiva. Podemos estar más conectados y, simultáneamente, más aislados.

¿Dónde radica la dificultad que encierra esta paradoja? El espíritu de Babel podría ofrecer una clave: el intento de ser como dioses nos vuelve arrogantes y altaneros, y terminamos construyendo unos contra otros. Nos olvidamos de nuestra mutua dependencia, así como de ser criaturas nacidas del amor incondicional de un Dios papá y mamá. Este olvido convierte nuestra comunicación en algo basado en la desconfianza, el recelo, el complejo de superioridad, y se expresa en un discurso altisonante que pareciera querer silenciar al otro porque solo yo merezco ser escuchado y mis ideas, acatadas. En fin, es el triunfo del narcisismo, que muchas veces incurre en las trampas de las medias verdades o la industria de las fake news propaladas robóticamente.

En Pentecostés, en cambio, la primera comunidad que se encontraba encerrada en sus casas, presa del temor, recupera la confianza para salir a compartir una buena noticia y darse a entender en todos los idiomas, tal vez porque el lenguaje del amor que se regala y comparte con gratuidad puede ser entendido universalmente. Asimismo, el espíritu de Pentecostés se traduce en amor, alegría y paz. El modo de la comunicación se caracteriza por su hospitalidad con el mensajero, su capacidad de escucha y su comunicación amable: la franqueza, allí donde haga falta, no necesita ser maleducada y sí puede manifestarse de manera benevolente.

El paralelismo con nuestro tiempo como país es muy tentador, pero de todos modos oportuno. El tiempo histórico se mueve en ciclos que trascienden las pequeñas anécdotas y piden amplitud de horizontes para evaluar y actuar. A juzgar por algunas apariencias, hay mucha Babel en nuestros espíritus. Sin embargo, una genuina cultura cívica se caracteriza también y sobre todo por darle poder a las palabras para que gobiernen sobre el empleo de la fuerza. La capacidad de escuchar, de razonar y de tomar decisiones informándonos de manera veraz e imparcial debiera ser el santo y seña de nuestras relaciones mutuas como conciudadanos. Problemas complejos como los muchos que nos quedan por resolver en el camino hacia una sociedad con un desarrollo humano integral precisan de una combinación de urgencia y paciencia, a la que se sirve mejor con más serenidad y menos cuñas y golpes propagandísticos.

Una buena muestra del espíritu de Pentecostés esperamos que sea la Mesa de Trabajo Migrante, que acaba de constituirse reuniendo a actores de la sociedad civil, las empresas, los trabajadores y el gobierno, con actores nacionales y organismos internacionales, y que la Iglesia ha animado a través de la Vicaría de la Pastoral Social Caritas. Un lugar de escucha de buena calidad puede ayudar a tener una común comprensión de esta delicada situación, abordarla con sentido de realidad al mismo tiempo que con humanitarismo, y contribuir a la construcción de una comunidad cohesionada, compasiva y más equitativa. Pero la calidad del diálogo y la escucha serán decisivos. Por eso, se trata de instancias a las que hay que cuidar con toda la delicadeza posible.

Que estos y otros logros se conserven y multipliquen sus frutos, y que la mitad del vaso que falta por llenar se vaya completando de modo sano dependerá mucho de que nos decidamos por el talante de Babel o por el de Pentecostés. Humildemente, pedimos a quienes desempeñan roles de liderazgo público que tomen muy en serio comportarse conforme al estilo de Pentecostés: ahí donde se ha derramado el Espíritu Santo, el amor es el que une. Cuenta el narrador que, a la vista del desconcertante espectáculo de este grupito de galileos que podía darse a entender a personas de las más diferentes lenguas, algunos se reían y decían “¡Están borrachos!” (Hch 2, 13). A quienes quieran servir la causa de la comunicación amorosa y constructiva no les faltará humor para aceptar pullas como esas o acaso peores. Pero no desmayen en ese esfuerzo: al final de la jornada, cuando veamos cómo se van restañando nuestras heridas gracias a una capacidad de diálogo que combina franqueza y benevolencia, la comunidad nacional –y también la comunidad cristiana– agradecerán ese servicio tan genuino.