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Viernes 6 de mayo de 2022

Catequesis en la Cárcel de Mujeres, una vía de esperanza y consuelo

En el contexto de la celebración del Día del Catequista destacamos este servicio pastoral en el Centro Penitenciario Femenino de Santiago, donde recibir un sacramento resignifica la vida de las internas. Tanto es así que cinco de ellas decidieron formarse en este mismo camino.

Periodista: Carolina Jorquera

Carolina Vergara tiene 33 años y es interna del Centro Penitenciario Femenino de Santiago. En julio de 2021, en medio de la pandemia recibió su sacramento de Confirmación, un anhelo que tenía pendiente y que la llenó de esperanza en un momento en que se sentía triste y desolada.

“Tenía pena, estaba desmotivada, quería abrazar a mis hijos y no podía. Me quise acercar más a Dios y reforzar mis sacramentos y mis creencias”, cuenta, al relatar su experiencia como una de las 15 internas que voluntariamente accedieron a recibir la catequesis.

El 22 de mayo, cuando se conmemora la Vigilia de la Ascensión del Señor, se celebra el Día del Catequista en la Iglesia Chilena, con el fin de dar realce a esta misión primordial de nuestra pastoral. Son alrededor de 28 mil las personas que se dedican a preparar a otros y otras para recibir un signo visible de la gracia invisible de Dios, como se definen los sacramentos.

 Esta labor cobra mayor importancia en contextos adversos, como en un penal. Bien lo sabe Ana Rossel (80), quien ha pasado más de 30 años de su vida formando a internas en el Centro Penitenciario Femenino de Santiago para que reciban sus sacramentos.

“Necesitas hablar de la esperanza en un lugar carente de ella, en un contexto de baja autoestima, pero he visto cómo la catequesis transforma a las mujeres, las salva, les entrega valores. Se sienten integradas, escuchadas y tomadas en cuenta”, describe esta catequista, madre de tres hijas, quien usa sus atributos maternales para hablarle de Dios a las mujeres.

Su relato coincide con la experiencia vivida por Carolina, quien vio en la catequesis un camino de esperanza y accedió a prepararse para la Confirmación en medio de la pandemia, cuando su desolación se había acrecentado.

“Es difícil seguir teniendo fe aquí dentro, pero nada es imposible. La catequesis me dio esperanza y la oración me conecta con Dios y con la Virgen. Me fortalece, sobre todo en este lugar donde uno no puede confiar en las personas, pues hay traición, maldad y envidia. Lo único que tienes de contención es la Biblia, donde encuentro una palabra que me consuela y me llena”, expresa.

UNA CONVERSIÓN REAL

 Los catequistas de Carolina son Francisco Mera y Margarita Saavedra, quienes junto al padre Andrew Gaerych fueron los únicos autorizados en pandemia para

formar a las internas. “Fue un espacio de aprendizaje en la fe. Ellas están hambrientas de Dios y son mujeres en un espíritu de conversión. Uno da catequesis a personas que se están convirtiendo”, relata Francisco.

A tal punto llegó el impulso de conversión que cinco de las internas que recibieron sacramentos en julio del año pasado se acercaron a Francisco y le plantearon la necesidad de ser catequistas, algo inédito en el Centro Penitenciario Femenino.

“Hablamos con el Departamento de Catequesis y ahora en mayo comenzamos la formación para que puedan ser catequistas de sus compañeras. Y cuando salgan libres, tenemos el apoyo del Arzobispado para que continúen con esta misión en sus parroquias”, dice con entusiasmo Mera, quien también es diácono y junto a su esposa,

Cecilia Guzmán, son voluntarios de la Pastoral Penitenciaria desde hace más de 20 años. Carolina solo tiene palabras de agrade- cimiento para sus catequistas, quienes fueron para ella sinónimos de contención y afecto.

“Son personas que siempre andan con una sonrisa, con un abrazo, y también dan confianza. Uno de repente quiere hablar cosas y no puede hablar con las internas de acá. Entonces, ellos te dan el espacio”, agradece.

 Descubrir el regalo invisible de Dios es el propósito de la catequesis en las cárceles, así que en el testimonio de Ana Rossel y Francisco Mera homenajeamos a los miles de catequistas anónimos de nuestra Iglesia, que dedican su vida a este servicio pastoral.