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Lunes 1 de noviembre de 2021

Opinión: Corrupción y Bien Común: el principio “Peter Parker”

Por: Diego Miranda, Teólogo, Académico Universidad Católica

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/noviembre2021/

Con indignación hemos recibido en las últimas semanas las noticias en torno a los documentos revelados (Pandora Papers), que dan cuenta de innumerables transacciones económicas reñidas con la moral o abiertamente ilegales, que implican a muchas personas e instituciones a nivel mundial. Artistas, deportistas, millonarios, celebridades y también políticos se han visto involucrados.

Más allá de consideraciones específicas, es evidente e innegable que cuando este tipo de actos son realizados por líderes políticos y jefes de gobierno, el tema adquiere una mayor gravedad. Esto en virtud del principio de probidad (consagrado en el artículo Nº 8 de nuestra actual Constitución política de la República), que vela por el resguardo de un estándar de compromiso en quienes han asumido cargos de representación pública y que, por tanto, han sido investidos de un poder especial. (“Todo gran poder, conlleva una gran responsabilidad”, bajo la clásica fórmula del principio Peter Parker, del famoso comic de Marvel).

Es quizás por esto que, cuando salen a la luz pública casos de corrupción en los más altos personeros de Estado, la indignación es mucho mayor. ¿Qué hay detrás de este tipo de prácticas? ¿Por qué numerosos políticos, líderes mundiales y personeros de gobierno caen en este tipo de actos? La respuesta es compleja y no podemos encontrar una sola explicación, pero nos parece posible señalar que, en todos los casos de corrupción que podemos ver en la actualidad, un denominador común se hace presente: la pérdida del horizonte del bien común, el cual debería, siempre y en todos los casos, guiar el actuar del mundo político y de quienes se consagran a la cosa pública.

La Iglesia, con su doctrina social, ha insistido en este punto, señalando claramente: “La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política” (Compendio de la DSI, 168). Vale decir, si para algo está la comunidad política, si algo fundamenta su existencia, eso es, insoslayablemente, la búsqueda del bien común. Esto, que es una verdad para el mundo político, también emerge como un desafío constante para la comunidad eclesial. Con justa indignación, hemos sido testigos de cómo las denuncias de abusos sexuales por parte de clérigos no dejan de aparecer.

El último caso de más de 200 mil víctimas que ha salido a la luz en Francia, sin duda ha vuelto a abrir una herida que aún está lejos de sanar. También esto es corrupción, también esto es pérdida del sentido del bien común, y también, por lo tanto, es este un tema que demanda a la Iglesia una manera nueva de posicionarse en el mundo y de reconocerse ella misma, también, susceptible de caer en prácticas corruptas que desvirtúan, hasta lo más profundo, su misión evangelizadora.

El poder, cuando es administrado de espaldas al bien común, tiende a corromper, verdad expresada magistralmente por Lord Acton: “El poder corrompe y el poder absoluto, corrompe absolutamente”. Tanto la comunidad política como la Iglesia pueden encontrar, en el principio del bien común, un cauce concreto para evitar prácticas corruptas. Un poder compartido, dialogal y que tienda al bien común, puede dar pistas que iluminen el camino para no olvidar que, efectivamente, todo gran poder, conlleva una gran responsabilidad.