Opinión: Hacer memoria de las víctimas

Sin duda, hablar de la violencia, en el marco marco del 11 de septiembre es remitirse a los hechos violentos que nos hirieron como nación tras el golpe de Estado y la posterior Dictadura Militar en el año 1973. Frente a este hecho y su significado, aún hoy tenemos interpretaciones rivales que nos dividen como nación.

Además, este antagonismo es acompañado por dos actitudes contrapuestas: unos quieren olvidar y pasar página, otros en cambio, dicen que no debe haber ni perdón ni olvido. Tal vez podríamos pensar un tipo de sociedad que reconozca la necesidad de la reparación y abrir así la posibilidad del perdón, que no sustituye la justicia. Sin embargo, esto no es posible sin el ejercicio de la memoria. Impedir la memoria de los acontecimientos violentos del pasado puede a su vez implicar un nuevo tipo de violencia.

No puedo dejar de pensar en el duelo de las familias de detenidos que nunca aparecieron. Hoy, en medio del contexto de la pandemia, muchos hemos sufrido la partida de seres queridos y hemos podido realizar el duelo porque sabemos que nuestros difuntos murieron en tales y cuales circunstancias, pudimos hacer un simulacro de despedida por medios digitales y pudimos enterrar sus cuerpos, aún en medio de extrañas ceremonias solitarias.

¿Qué sería de nuestra fe sin el ejercicio de la memoria y la entrega del cuerpo? Desde el punto de vista teológico, precisamente nuestra fe se fundamenta en la memoria y volver a encontrarnos con el cuerpo de Cristo. La Eucaristía nos permite volver a entrar en la Pascua del Señor y hacer memoria. En la eucaristía, nos alimentamos del cuerpo de Cristo, que vence la muerte y a todos los poderes de este mundo y podemos entrar en comunión con Cristo, nuestro Dios torturado, muerto y resucitado.