Sábado 1 de enero de 2022
Editorial: La pausa que necesitamos
Por: Monseñor Cristian Castro, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Santiago
Fuente: Periódico Encuentro
Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/enero2022/
Trabajo y descanso se reclaman cada día más. El ser humano tiene que trabajar para solventar sus necesidades de subsistencia, pero también debe reponer sus energías para continuar nuevamente con su afán. Diariamente necesitamos detenernos para alimentarnos, hidratarnos, descansar, dormir. Sin embargo, las personas, por nuestra particular condición de seres que buscan sentido y trascendencia, no vivimos solo para el trabajo, sino para alcanzar un proyecto de realización personal y comunitaria que va más allá de la inmediatez.
Los tiempos de pausa y descanso no tienen entonces poca importancia, sino posibilidades de contemplación de nuestras obras y de apropiación reflexiva de nuestra finalidad última. En el relato de la Creación en la Sagrada Escritura, se nos señala que Dios descansó el séptimo día, luego de ver todo lo bueno que había creado en los días previos, y santificó ese día de reposo (Génesis 2,2). Para los cristianos, el descanso dominical es tiempo para la conmemoración agradecida de la creación que nos ha sido confiada.
En la celebración de la Eucaristía dominical revivimos la alegría de la Resurrección de Jesucristo. Por eso para los cristianos el descanso dominical, por el que han luchado las organizaciones de trabajadores en el mundo moderno, es sobre todo un derecho de honda significación religiosa. Sin embargo, la organización del descanso semanal no oculta que necesitamos del mismo descanso cada día. Nuestros hermanos musulmanes rezan cinco veces durante el día, algunos minutos en cada ocasión. En los monasterios siete veces al día resuena la oración de alabanza al Dios creador. Entre una y otra oración se superpone la jornada de trabajo. Es una pista muy aleccionadora con vistas a mantener una actitud orante en todo el transcurso de la vida cotidiana, lo que tiende un lazo de continuidad entre los breves descansos reflexivos durante el día, el descanso semanal y las vacaciones al término del año laboral.
Ya en verano, que se conjuga comúnmente con el tiempo de vacaciones, surge esta oportunidad de detenernos para reflexionar y reorganizar los tiempos de trabajo y descanso, para que llenen de sentido el conjunto de nuestra vida. ¿Podríamos darnos cada día, en el trabajo, momentos de pausa para estar cada cual consigo mismo y también con los compañeros, valorar su presencia, prestarnos atención y proseguir la tarea dándonos apoyo mutuo? En las semanas en que podremos disponer de más tiempo para nuestras familias y amistades, ¿nos permitiremos momentos de descanso sano y reparador, organizando las actividades de servicio y cuidado con la alegría con la que se sirve a los demás y se comparte con ellos, sin avergonzarse por pedir ayuda y relacionándonos con mayor gratuidad y generosidad?
Las preguntas anteriores no se responden solo con decisiones personales, y para su éxito se precisa también de condiciones sociales y ambientales, en donde es necesario el acuerdo de todos. En ese sentido, podemos afirmar que entre el descanso laboral y el ejercicio de la libertad religiosa hay un nexo estrecho que debe ser reconocido en las disposiciones de rango constitucional, en los planes de gobierno, en la organización de las empresas y en toda labor humana. Parte de la maravilla y dignidad del trabajo humano es que deja la huella en la transformación de la naturaleza y la materia.
Cuando observamos las grandes creaciones de la cultura, que nos proporcionan tanta admiración, por ejemplo, en la música, la arquitectura, la tecnología, la gastronomía, el cine o en el turismo, también vivido dentro de nuestra ciudad, podemos recordar que eso fue el trabajo de personas que no meramente transformaron la materia, sino que “le dieron alma” para que otros pudieran elevar su existencia hacia metas más altas, dignas y hermosas. El trabajo humano es, finalmente, un acto de comunicación y comunión que, cuando se hace bien, es como una palabra bien dicha que será recibida por otros oídos distintos de quien la profirió.
Pongamos imaginación, empeño y buena voluntad en crear condiciones de trabajo y descanso más equilibradas y de mayor calidad, que permitan que cada persona alcance una vida más lograda y más propicia a la búsqueda de sentido pleno, de la voluntad de Dios para nosotros. La vida en abundancia a la que nos llama Jesús es la vocación a la trascendencia que ya se anuncia en la belleza de sus obras y del trabajo humano, a cuya contemplación se orienta el sano descanso. Que estos meses de verano nos permitan mirar nuestra existencia cotidiana, que se despliega dentro de la gran ciudad de Santiago en la que vive nuestra arquidiócesis, provista de muchos tesoros en donde nos demos un tiempo para contemplar, desde sus calles, plazas, parques, monumentos y sobre todo desde sus habitantes, la promesa de vida plena que el amor de Dios nos ha preparado.