Jueves 3 de septiembre de 2020
La Iglesia frente al debate social y constitucional
La crisis social y sanitaria y el plebiscito de octubre, nos han desafiado a repensar el país en el cual queremos vivir. En este contexto ¿qué desafíos surgen en la reconstrucción del “Alma de Chile”? Algunas pistas para ayudar al discernimiento del proceso social que estamos viviendo, en la siguiente nota.
Fuente: Periódico Encuentro
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La madrugada del 19 de octubre el Presidente Sebastián Piñera decretó estado de emergencia en Santiago y toque de queda. Disturbios violentos, protestas, saqueos comenzaron a reproducirse en prácticamente todo el país. Se habló entonces del “peor malestar civil” en décadas. Un mes más tarde el gobierno y la mayoría de los partidos políticos, acordaron el Plebiscito Nacional 2020 que se realizará el próximo 25 de octubre. Pero ¿qué quiebres profundos hay detrás del “estallido social? ¿por qué ahora y no antes? ¿se podría haber anticipado? ¿era posible prevenirlo? Resulta paradojal leer lo que decía la Iglesia de Santiago a través del cardenal Raúl Silva Henríquez hace más de 40 años: “¿Será necesario recordar que el espectáculo de la excesiva riqueza exaspera a los que gimen en su extrema pobreza? Los pronunciados desequilibrios en la distribución de bienes y expectativas no sólo ofenden a la justicia y al amor, sino preparan también estallidos violentos de una desesperación colectiva, en los que poco o nada quedará ya de justicia o de amor” (Te Deum 18 de septiembre de 1977).
LA REVOLUCIÓN DEL MALESTAR
Un día después del estallido social la Conferencia Episcopal de Chile sostuvo en una declaración que “un gran clamor popular se ha levantado a lo largo de nuestro país, que pide y exige que no haya más abusos, que la escandalosa desigualdad económica y social vaya desapareciendo, que todos tengamos acceso a un sistema de salud, educación y pensiones dignas, entre otras demandas. Las expectativas de cambios políticos, económicos y sociales, e incluso una nueva Constitución y nuevas leyes que permitan dar más seguridades a los ciudadanos –agregan los obispos- si bien para muchos abren una ventana de esperanza, son aún una buena intención no realizada” (Cuidar la convivencia: la paz es fruto de la justicia, 19 de octubre de 2019)
Gonzalo Rojas-May, autor de “La Revolución del Malestar, tiempos de precariedad síquica y cívica” (Ediciones El Mercurio, 2020) sostiene que esta crisis se pudo haber evitado: “Teníamos potencialmente las herramientas para constatar el descuido en la formación política, cívica y valórica y, por otra parte, el malestar que se estaba incubando en todos nosotros. No fuimos capaces de tener una conciencia mayor. Hubo situaciones que nosotros permitimos y no alzamos la voz: por ejemplo, la diferencia enorme que existe entre las penas de cuello blanco y las de otros tipos de delitos. Para un grueso de la población eso ha sido una cachetada. Había señales potentes de que algo se había quebrado. Y no nos hicimos cargo”. Pero como solución “no bastará con una nueva Constitución”, sostiene Rojas May: “Probablemente esta podría ayudar a descomprimir el malestar social, pero lo que se necesita en el largo plazo es una «idea país» en diálogo con una «idea planeta”. El modelo “Chile ayuda a Chile se acabó”. La ciudadanía ya no acepta migajas, sino que soluciones de fondo”.
DIÁLOGO Y VIOLENCIA
Aun cuando los desafíos están medianamente claros, el académico de la UC, Patricio Dussaillant, sostiene que tenemos un severo problema de diálogo en Chile. “No se reconoce nada positivo en los otros, se descalifica a las personas y no se rebaten las ideas”, explica. “Las demandas del estallido cambiaron el clima de opinión del país. En otro momento, una catástrofe como la pandemia nos habría llevado a trabajar unidos, de manera solidaria y buscando el bien común. La polarización ha acrecentado las diferencias”.
Nelson Rodríguez, académico de la Facultad de Educación de la U. Católica Silva Henríquez, destaca que lo importante en esta crisis social es “dialogar en un suelo común. Es decir, en el reconocimiento de que aquello que hoy nos separa, debe ser transformado. Que lo heredado de un modelo económico que olvidó lo humano y que favoreció a unos por sobre la dignidad de otros, debe ser transformado”.
Ese es el desafío, especialmente para los cristianos. Así lo cree Cristián Roncagliolo, vicario general del arquidiócesis. Para el obispo estamos en un momento oportuno para discernir en diálogo: “Los criterios de la Doctrina Social de la Iglesia iluminan nuestro caminar y nos dan ciertos elementos para hacer un adecuado discernimiento. Este camino, sin duda, nos interpela a todos, por medio del diálogo, del encuentro, del respeto, de la fraternidad y del bien común, elementos esenciales al momento de pensar en cómo ir haciendo las partes de este proceso y también de cómo construir el futuro de nuestro país”.
PISTAS PARA AVANZAR
En la misma línea, la Conferencia Episcopal de Chile nos invita a construir puentes. “Porque la dignidad de la persona humana debe ser el centro de toda política pública, el país espera de todos los actores y autoridades una actitud dialogante, no confrontacional. No es solo una estrategia- sostienen los obispos-es un imperativo ético mirar más al bien común que a las causas o proyectos particulares. No basta el aplanamiento de una curva o el cumplimiento de una meta económica para superar esta crisis. El trasfondo, antes que sanitario o económico, es el drama humano ante nuestros ojos. En Chile y en la Iglesia hay todavía muchos asuntos pendientes que no pueden ser olvidados.
Las mesas de diálogo social que hoy se han abierto por la pandemia son un camino para retomar la búsqueda de un Chile más justo, solidario y dialogante” (Mensaje conclusivo de la 120ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de Chile, 24 de abril de 2020). Llamados y reflexiones que no deberían separarnos del trabajo fundamental, el bien común de Chile y de su alma. Como decía el cardenal Silva Henríquez en 1974, “hablar del alma de Chile y no reconocer las trasformaciones que debemos asumir como pueblo, es caer en el descrédito de nuestras propias búsquedas como sociedad, pues sería la elocuencia de un sistema económico y cultural que desecha al pobre, al que reclama, al que es diferente o al que no alcanza la altura de una sociedad de espíritus competitivos y emprendedores”.