Viernes 3 de julio de 2020
Columna del padre Andrés Moro: “Yo soy la resurrección y la vida”
“Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa y Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día». Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo»”. Juan 11, 21-27
Por: Pbro. Andrés Moro, coordinador pastoral hospitalaria.
Esos versículos del Nuevo Testamento me han acompañado estos meses en donde hemos tenido todos que vivir situaciones dolorosas, como es la muerte de nuestros seres queridos
y conocidos, aumentada con el desgarro de no poder estar muchas veces en sus últimos alientos o de poder darle una sentida despedida. La queja de Marta, hermana de Lázaro, que acaba de fallecer hace pocos días, es también nuestra queja, seguramente, en este tiempo de pandemia. Dios no nos pide que seamos indolentes o indiferentes ante el dolor de la pérdida, al contrario, su Hijo en este texto nos muestra que acoge y contiene a quien sufre por la muerte de un ser querido. ¡Cómo quisiéramos evitar el dolor y el sufrimiento, pero ellos se hacen tantas veces presentes en nuestra vida! Incluso pareciera que Dios se muestra impotente, el mismo Creador parece derrotado por esos momentos. Por eso Jesús le recuerda a Marta, con cariño, ternura y contención, que brota de un corazón lleno de misericordia, que la resurrección llega después de la visita de la muerte, pero que ella es la última palabra, la palabra de vida eterna.
La Resurrección, la de Jesús ahora, luego la de mis seres queridos y la mía, se deben ver desde la cruz. En nuestra vida cotidiana, esa que hoy se ve tan lejana, estábamos acostumbrados a ver cruces en tantos lugares de nuestra ciudad e, incluso, para los que somos creyentes, hacíamos sobre nosotros muchas veces en la semana la cruz sobre nuestra frente, labios o pecho. Era algo tan propio de nuestra fe que no le tomábamos el peso a esa cruz. Ahora que la muerte ha tocado de forma tan fuerte a nuestra patria, ciudad y familia vemos seguramente la cruz con otros ojos. Quizás con los ojos de la madre y del discípulo a quien Jesús se la encomienda. Lo importante es que esos mismos ojos vieron por primera vez al Señor resucitado, marcado por los clavos y la herida de la lanza, pero resucitado. Eso mismo nos está pasando a nosotros ahora. Estamos viviendo los “clavos y la lanza” en nuestras vidas, en nuestras familias y comunidades, pero Jesús resucitado nos invita también a ver ya desde ahora los signos de su resurrección, que son semillas ya de esperanza para la nuestra.
¿Dónde verlos? Quizás en esa llamada o mensaje que me ha llegado para darme aliento, consuelo o apoyo en los momentos duros de la partida de un ser querido. En la entrega de un apoyo solidario en alimentos o remedios que ha llegado justo en el mejor momento. También cuando en mi soledad, el dolor nos inmoviliza muchas veces, me he descubierto consolando además de agradecer el consuelo. Cuando nos hemos conectado con tantos y tantas en celebraciones eucarísticas, oraciones, liturgias, oraciones cantadas, a través de esas redes sociales que antes miraba con desconfianza o hasta muy críticamente y hoy se han convertido en una ventana para conocer y reconocer al Señor en medio de su pueblo fiel. ¡Dios está aquí y no nos deja solos! Esa certeza es la que finalmente le dio paz a Marta y esperemos que también a cada uno y cada una de nosotros. Jesús, muerto y resucitado, te encomendamos a quienes han partido a tu encuentro.