Jueves 6 de febrero de 2020
La “generación de la esperanza” para Sudán del Sur
Diecinueve mil niños han sido forzados a convertirse en soldados en Sudán del Sur, y son parte de la llamada “generación perdida”. La Iglesia está realizando una incansable labor en campos de refugiados, ofreciendo techo y comida, pero, sobre todo, como dicen algunos misioneros: “Sanar sus heridas del alma y compartir con ellos el amor de Dios”.
Fotos: Nibaldo Pérez
Periodista: Magdalena Lira Valdés
Fuente: Periódico Encuentro
Link fuente: www.periodicoencuentro.cl
Una al lado de la otra, pequeñas chozas circulares, construidas de barro y con techo de paja, inundan la región noroeste de Uganda. No hay luz ni agua potable. Los caminos son de tierra y, producto del cambio climático, la sequía está arrasando con los cultivos y ganado. Son campos de refugiados que acogen a casi dos millones de personas. Uno de ellos es Bidibidi, con 300 mil refugiados. En su mayoría vienen del país vecino, Sudán del Sur.
Ahí vive Santos Tai Gatluk. A pesar de su corta edad, es un sobreviviente. Sobrevivió a la guerra en su país, al hambre, a la pérdida de su familia, al analfabetismo... "En este lugar, todos tuvimos que dejar nuestros hogares por una larga y terrible guerra. Muchos no hemos vivido nunca en paz. Nos llaman la 'generación perdida', personas sin ninguna posibilidad de futuro. Muchos hemos perdido familiares, propiedades y hemos visto nuestra vida destrozada".
Más de 30 años de guerra han destruido a Sudán del Sur, el país más joven del mundo. Se independizó de Sudán en 2011 después de décadas de guerra, pero se sumió en su propio conflicto interno en 2013. En septiembre de 2018 se firmó un acuerdo para poner fin a la guerra civil, pero la violencia no ha terminado. Sus consecuencias se ven por todos lados y, día a día, obligan a sus habitantes a hacer lo imposible para sobrevivir.
De los más de once millones de sursudaneses, siete millones sufren hambre y cuatro millones han debido dejar sus casas. Pero hay una herida que es todavía más profunda y difícil de sanar: la de los niños que fueron forzados a convertirse en soldados. Según datos de Unicef, diecinueve mil niños y niñas de Sudán del Sur han sido obligados a luchar por los distintos bandos en conflicto. Y los fuerzan a hacerlo en la primera línea, exponiendo sus vidas. Son niños entrenados para matar. Niños que han sido alejados de sus familias violentamente y a los que les han robado su infancia. Unos iban camino al colegio cuando fueron secuestrados, otros fueron entregados por su propia familia porque pensaron que, al formar parte de una milicia, estarían más seguros. Algunos han logrado escapar y otros han sido liberados. Pero muchas veces sus familiares no los reciben de vuelta, o encuentran sus aldeas destruidas y pierden todo contacto con sus cercanos.
Quienes tienen los medios para salir llegan a Uganda, un país que también vive inmensas necesidades, pero donde han encontrado acogida. Sólo un ejemplo: el terreno donde están los nueve campamentos de la región noroeste pertenecía al pueblo ugandés, que tuvo la generosidad de ofrecerlo a los refugiados. La Iglesia se preocupa de los "ex niños soldados" y los acoge, tanto en Sudán del Sur como en Uganda. Pero aun cuando el deseo está, los sacerdotes y religiosas no dan abasto. Y es por eso que los laicos se han sumado a esta misión.
Como Santos Tai Gatluk, que se dedica a ayudarlos. "Ahora no es suficiente darles techo y comida. Tenemos que ayudarlos a reintegrarse a una vida normal. Esto sólo es posible si traemos a Jesús a sus vidas. Como ocurrió en mi propia vida. Durante todas las guerras que me ha tocado vivir, nunca sentí que Dios me amaba. Pero cuando comprendí que Dios me ama, me curé emocionalmente. Funciona también en otros, estoy viendo esto. La gente se siente feliz poco a poco. Nuestra esperanza está en Dios". Y agrega: "Queremos darles una razón para vivir. Queremos sanar sus heridas del alma y compartir con ellos el amor de Dios".
Para que estos niños no pierdan sus raíces, la Iglesia de Sudán del Sur se preocupa de que, cada cierto tiempo, sacerdotes de ese país visiten los campamentos de refugiados en Uganda para que les hablen en su propio dialecto. Los ex niños soldados y los otros jóvenes han vivido inmersos en una violencia desatada, "han experimentado un trauma significativo. Algunos vieron cómo sus padres fueron asesinados, otros tienen sus caras quemadas... Se preguntan cómo pueden perdonar. Por eso, hemos puesto en marcha un programa para acompañarlos en el proceso de perdón. Los testimonios de curación se han multiplicado, es como si el Señor hubiera intervenido para apaciguar corazones y mentes", señala Santos.
Él está convencido de que, si logran ayudar a que el amor de Dios penetre en los corazones de las víctimas inocentes de esta guerra, no se hablará de la "generación perdida", sino de la "generación de la esperanza", la generación que podrá poner fin a décadas de guerra.