Jueves 6 de febrero de 2020
La nueva casa de acogida para mujeres refugiadas
La residencia se inauguró a fines de noviembre de 2019 en la calle Santa Mónica del centro capitalino, y ya acoge a inmigrantes con sus hijas, hijos y nietos, agradecidas por la ayuda que han tenido para resolver sus necesidades básicas e insertarse en la sociedad chilena.
Fotos: Nibaldo Pérez
Periodista: Soledad Gutiérrez López
Fuente: Periódico Encuentro
Link fuente: www.periodicoencuentro.cl
"En estas semanas hemos tenido paz, porque empezar de cero no es nada fácil", confiesa una de ellas. Yulerma Olivo, venezolana de 40 años, comienza a narrar su historia. Recién han pasado 15 segundos y ya brotan lágrimas, que ella limpia con un modo que da a entender que ese gesto lo ha hecho otra decena de veces en el último tiempo. Media hora después, Yulerma estará frente a Odette, su hija, y será otra. Como muchas otras madres, se mostrará fuerte frente a Odette, con una mirada que trasunta el dolor de sus experiencias y también la fe y la fortaleza de que ellas podrán estar mejor.
Tal como lograron llegar desde Maracay –ciudad ubicada a 109 kilómetros de Caracas- a Santiago de Chile tras un viaje de meses que incluyó caminatas por el desierto, carencias, rechazo en la frontera y compañerismo entre mujeres.
Yulerma es ingeniera agrónoma, especializada en sistemas de riego. En su tierra natal, analizaba terrenos baldíos y lograba sacarles rendimiento, hasta que dieran sus primeras cosechas. El ya lejano 2 de agosto de 2019 salió de Venezuela por tierra junto a Odette. El 12 de diciembre ingresaron a la residencia para mujeres refugiadas administrada por la Vicaría Pastoral Social Caritas y Acnur, cuyas habitantes deben pasar por un proceso previo para su incorporación.
Una semana después de su llegada a la casa, Yulerma comenta: "Gracias a Dios ha sido bendición todo, porque estábamos en una situación económica muy difícil. Tengo mi esposo aquí, pero..." y se emociona al describir que su pareja vive en una pieza donde no podía recibirlas, pues al alojarlas le cobraban montos extras que, en su precaria situación, no podían cubrir. Así surgió la perspectiva de postular a la residencia de acogida. "Nos han empezado a ayudar a que las cosas empiecen a tomar forma, como un plan de vida", comenta Yulerma.
El secretario ejecutivo de la Pastoral Social Caritas, Luis Berríos, ahonda en este aspecto: "Esta casa es más que sólo un albergue, está pensada para acompañar a las mujeres en su proceso de cambio de vida. Muchas vienen de una migración forzada, que no estaba en sus planes, y deben rearmarse. Acá hacemos un acompañamiento integral: desde la regularización migratoria, a incorporarlas a ellas y a sus hijos en las redes de salud y educación, y plantear alternativas para la inserción económica".
La travesía que ha vivido Yulerma y su hija las llevó a renovar su vínculo. Antes, por los horarios de trabajo de Yulerma, tenían menos tiempo para compartir. Incluso la madre vio en serio peligro a la pequeña: "(En Venezuela) el problema es medicina, es seguridad. El año pasado le dio un virus a la niña y nunca supieron qué virus era, ni cómo tratarla. Se fue descompensando, perdiendo fuerza. Ella es muy enérgica y para mí verla en la cama sin fuerzas.... (se emociona). De verdad pensé que la niña se moría. En esos días muchos niños y adultos murieron por virus, agravado por la mala alimentación".
El frágil sistema de salud y seguridad, y la tristeza permanente de Odette, quien extrañaba muchísimo a su padre, hicieron a Yulerma tomar la decisión de venirse a Chile. "Ingresamos por un paso no habilitado y eso nos ha hecho difíciles algunas cosas", dice para comenzar a narrar la parte más difícil de su relato. Tras pasar en buses por Colombia y Perú, se enfrentaron a la frontera de Chile: "Llegamos a Chacalluta. Traía apostillados todos mis documentos y los de la niña también. Pasaporte vigente, acta de matrimonio, todo para que nos dieran la visa para entrar a Chile. Además, mi esposo estaba tramitando la visa definitiva. Pero nos dijeron que no podíamos entrar. Mi hija comenzó a llorar y a gritar que la dejaran pasar. Ahí me enviaron al consulado y era todo muy desolador (...) había personas que llevaban cuatro meses esperando por la visa, entonces yo decía '¿qué esperanza podemos tener nosotras?'".
Finalmente, Yulerma tomó una determinación drástica: "La mayoría que estábamos en Tacna éramos mamás con hijos, con sus esposos acá en Chile. Nos organizamos en grupos y fuimos pasando por la frontera. Yo decidí pasar al cuarto día porque tengo problemas en la columna y eran muchas horas de caminar. La niña es fuerte, es exploradora, y todo el día me decía 'mamá, vámonos por la trocha' (camino estrecho, que sirve de atajo). Pasamos por el desierto, seis horas caminando de noche. Éramos 15 mujeres, algunas con niños en brazos, incluso venía una joven embarazada que tenía a sus dos padres residiendo en Chile y no la dejaron entrar oficialmente (...) Llegamos a Arica a una casa de acogida y sugirieron autodenunciarme, reconociendo que entré por un paso no habilitado y poniendo en alerta a las autoridades para recibir las sanciones que corresponda. Así, me tuve que presentar todos los viernes a firmar y ahora sigue el tema legal. Gracias a Dios acá asumieron el caso", expresa en referencia a la ayuda que www.PERIODICOENCUENTRO.cl ha tenido de los especialistas de la residencia.
La casa está ubicada en la calle Santa Mónica, en Santiago Centro. Anteriormente fue sede de la Vicaría de Pastoral Social, luego un hogar de menores y albergue para personas en situación de calle en invierno. En su actual funcionamiento está pensada como residencia transitoria para mujeres venezolanas con sus hijos, quienes tienen una estada máxima de tres meses en que son ayudadas a iniciar su proceso de adaptación a Chile, priorizando salud, educación y vivienda, según cuenta la coordinadora, Elizabeth Miranda. "Hemos trabajado desde lo más cotidiano, como la alimentación y el aseo, a ver cómo hacemos comunidad con gente que no se conocía. Por ejemplo, la Navidad las reunió para decorar y preparar la cena, con distintas expresiones culinarias. En estas mujeres existe la apertura de recibir, de decir 'enséñenme lo que más puedan'. Acá tienen la oportunidad de conocer cómo funcionamos los chilenos, nuestras normas –que para ellas son muchas-, los modismos, las comidas", agrega Elizabeth.
"Me imagino que las personas que trabajan acá están muy capacitadas, así se siente. No te juzgan si comes así o de otra manera, cosas con las que acá en Chile son muy duros y cerrados", dice Yulerma. Su hija Odette complementa: "Me ha gustado el refugio porque ayudan a la gente y porque están siendo parte del cambio en el mundo". ¿Cuál es ese cambio para Odette, de diez años? "Tratar de no contaminar tanto, de ayudar a las personas heridas, a las que no tienen casa, ni dinero", explica con determinación. Valor también es lo que demuestra Yexica Arias.
Cuenta que es trabajadora social de la Universidad de Caracas, donde también fue docente universitaria y que está en Chile hace casi un año. Su hija de 26 y su nieto de once meses llegaron hace cuatro meses. "Cuando ellos vinieron se nos hizo muy complicado juntar todo el dinero que significa arrendar acá. Oramos y pedimos a Dios dirección y confirmación, y así recordé -en medio de tanta cosa- que me habían contado de estas casas de paso, mientras uno se armaba".
Cocinando una salsa con tomates y verduras y preparando zapallos italianos al sartén que comerá junto a sus compañeras de hogar, Yexica reflexiona: "Estas semanas hemos tenido paz, porque empezar de cero no es nada fácil. Coordinar el jardín de Jeremías, el trabajo de mi hija y el mío, la casa, el arriendo...". Y después de revolver un par de veces la olla, agrega: "Es muy duro elegir entre comprar un paquete de pañales o un kilo de carne". Aunque Chile y Venezuela comparten un territorio y lengua común, las diferentes idiosincrasias han pesado en la experiencia de estas mujeres inmigrantes.
"Es complicada la relación entre las culturas; hay personas que son muy amables y también he escuchado a gente bien pesada. Trabajo en un supermercado y una chilena me dijo textual: 'yo me siento invadida, ustedes son muy escandalosos'. Y bueno, somos personas de culturas diferentes. Nosotros, los venezolanos, no teníamos tan marcadas las nacionalidades (...) Pero aquí la cosa se ha marcado, porque es un problema y es válido que se sientan invadidos, porque es su espacio", cuenta Yexica, quien relata que trabajó cinco años en una oficina vinculada a asuntos interculturales, por lo que el tema no es ajeno. "Más me afecta la nostalgia de no estar con mi familia, la discriminación, porque siempre los latinoamericanos nos discriminamos unos con otros. Es algo que debemos aprender todos. Ustedes mismos se autoflagelan: los chilenos se califican de locos, los he escuchado... Cuando todos aprendamos a no definirnos como 'la chilena', 'la venezolana', 'el argentino' y a tratarnos como personas, a decir 'Soledad', 'Juan', 'Pedro' va a ser más fácil la convivencia, porque lo que nos pasa a algunos le puede pasar a cualquiera".
Y con ese mismo espíritu, Luis Berríos comenta que están recibiendo voluntarios para la casa, especialmente para cuidar y entretener a las niñas y niños en época de vacaciones. "Para atender a las mujeres también buscamos voluntarios, porque a veces viene fuerte el tema del duelo por la vida que dejaron atrás, y necesitan conversar", concluye.
Para recibir más información sobre el voluntariado, escribe a emiranda@iglesiadesantiago.cl