Jueves 2 de noviembre de 2017
Creo en la gratuidad pero hay que hacerla bien
Veinte años cumplió a fines de octubre la Universidad Alberto Hurtado, y el rector, Eduardo Silva, sj., nos entrega su visión.
Periodista: Víctor Villa
Habla desde la gratitud y el conocimiento. Un año y medio como rector, pero 18 como decano de la
U. Alberto Hurtado. Una institución que comenzó formalmente hace dos décadas con 60 alumnos y que hoy educa a 7 mil jóvenes. Por eso Eduardo Silva reconoce “la calidad del equipo humano, académicos, de funcionarios, de estudiantes, de ex alumnos que han hecho esto posible. Es un aniversario que no es de algo externo de mí, porque parte importante de mi vida ha estado vinculada a la construcción de esta
universidad”. Si bien es una universidad joven comparada con otras, ya se ubica entre las mejores privadas de Chile. Además de la Alberto Hurtado, solo la U. de Los Andes y la Adolfo Ibáñez tienen 5 años de acreditación en las 5 dimensiones. “Pero hemos sido capaces de articular esa reconocida excelencia académica con la inclusión social. Primero gracias al CAE, y ahora gracias a la gratuidad, son muchos los estudiantes de los primeros deciles que pueden estudiar en una universidad de calidad, compleja, con investigación y doctorados. Una universidad dedicada a las Ciencias Sociales, a las Humanidades y a la Educación. Somos una universidad inclusiva gracias a que el Estado reconoce que,
en materia de universidades, el sistema puede ser mixto y se enriquece. En virtud de eso ha sido posible la inclusión”, afirma el rector. Silva valora la masificación de la educación superior gracias a proyectos universitarios y técnico-profesionales privados que han permitido el acceso universal a la educación terciaria. “El año 1960 había 20 mil universitarios, el año 1973 eran 200 mil. Hoy son un millón doscientos cincuenta mil estudiantes en educación terciaria. Esa es una revolución. Personalmente creo que es la más significativa de las revoluciones y nosotros somos parte de eso”. Sin embargo, junto con reconocer lo valioso, también afirma: “Creo que efectivamente la educación y la salud son derechos sociales que deben estar garantizados por el Estado. Por ello creo en la gratuidad universal. Pero ella no será posible si no la hacemos bien. Como está planteada no es viable para el país. Hoy el sistema funciona con plata que aportan las familias endeudándose o para pagar el copago. No hay ninguna razón para reemplazar enteramente ese dinero privado por dineros públicos. Nadie paga mientras estudia; pero deberíamos devolver, con nuestro salario de profesionales o técnicos, para que otros también puedan hacerlo”. Pero el jesuita recuerda también que: “La reforma a la educación superior se ubica en una reforma más amplia que es la reforma a la educación de la cual ya podemos empezar a ver algunos frutos. Lo más fundamental ha sido la ley docente, que efectivamente los profesores sean reconocidos con un nivel salarial acorde con el servicio que prestan. Si tener buenos profesores no es preocuparse de la calidad no sé lo que es la calidad”. A ello suma otra preocupación. “La autonomía es el corazón de los proyectos universitarios, entonces tiene que haber una regulación que no impida la libertad”, señala el rector, quien agrega otra dificultad de la reforma “se ha tendido,
falsamente, a identificar lo público con lo estatal. Lo público excede lo estatal. Hay transporte público y no es necesariamente estatal”. Por eso Silva afirma: “Creo que este sistema mixto seguirá siendo mixto; el Cruch es la expresión de universidades estatales y públicas no estatales. Lamentablemente no están ahí todas las universidades de calidad, es una anomalía. En estos años hay proyectos universitarios de calidad que merecen reconocimiento del Estado”, agregando: “Una universidad compleja no puede vivir de los aranceles. No alcanza. Ellos sirven para formar profesionales, para levantar carreras, pero la investigación tiene que tener otro financiamiento y tiene que ser público”. Pero este escenario de deberes y derechos se confronta con cifras como la de 35 mil jóvenes que desertan hoy del sistema escolar sólo en Santiago. Realidad que para Silva es grave especialmente en los barrios donde la narcocultura ofrece otras alternativas a la juventud: “La deserción escolar es sinónimo de que vender droga está a la mano. Yo trabajo hace 25 años en Cerro Navia, a través de la Fundación Cerro Navia Joven nos dedicamos a trabajar con jóvenes de esquina y la clave es la reinserción escolar. Porque garantiza que sigo con un proyecto de vida”. En ese sentido, piensa que la visita de Francisco
a Chile, será relevante, no sólo para los cristianos, sino también para todos, y especialmente para los
jóvenes: “El Papa ha tenido la virtud de hablar más allá de la Iglesia. Es una figura que cautiva
a creyentes y no creyentes. Ha tenido gestos que hablan de compromisos que exceden las fronteras
del cristianismo. La opción por los pobres es una opción del cristianismo, pero también de cualquier
hombre con el corazón bien puesto”. “Su palabra es significativa, relevante y contemporánea. Es una palabra no timorata, audaz con opinión, con un parecer. Es una voz honesta, auténtica, que no está llena de formalismos que en nuestra Iglesia a veces no ayudan. Es atrevido, y eso para algunos puede ser motivo de desconcierto, pero para los jóvenes no. Una persona así para ellos es alguien digna de ser seguida, y que a partir del Papa descubran a Jesucristo ¡Bingo! De eso se trata. No es el Papa, él es el mediador del Evangelio, de la buena nueva de Jesucristo. Esto es vivible, vale la pena. Es una palabra que amplía, que excede los márgenes de la Iglesia y nos pone en sintonía con los problemas que viven nuestros contemporáneos”, concluye Eduardo Silva.