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Artículo

Martes 3 de octubre de 2017

El "atrevimiento" de venir a Chile de Mons. Adolfo Rodríguez

Es parte de la historia de Mons. Adolfo Rodríguez narrada en el libro ¿Te atreverías a ir Chile?, una semblanza de su vida y obras, del sacerdote Cristián Sahli, licenciando en Derecho de la Universidad de Los Andes y Doctor en Derecho de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

Fuente: Comunicaciones Prelatura Opus Dei - Chile

Corría el año 1940 –la guerra civil española recién había concluido– cuando un joven estudiante de ingeniería naval recibió el llamado de Dios a una entrega total. Ejerciendo su trabajo profesional, descubrió que Jesucristo quería que también fuera sacerdote. Recibió la ordenación el 25 de abril de 1948. Con apenas 28 años vino a Chile; solo, sin dinero, pero con un gran afán apostólico. Su misión: comenzar el Opus Dei en nuestro país. Fue vicario regional dese 1950 a 1959 y desde 1966 a 1988. Entre esos dos periodos sirvió como delegado del Opus Dei en seis países del continente. Y en 1988 san Juan Pablo II lo nombró obispo de la diócesis de Los Ángeles.

El autor, Pbro. Cristián Sahli, quiso ahondar en esta breve entrevista –desde un punto de vista histórico y anecdótico– en su ejemplo, destacando el gran amor que le tenía a Jesucristo y al país. "Si bien su origen era español, me atrevo a decir que si llega a ser canonizado (ya es siervo de Dios) será un santo de nuestra Iglesia. Fue un obispo chileno, ¡se hizo muy chileno! ".


–Padre Cristián, ¿cómo sintetizaría el amor por Cristo que tenía don Adolfo?
–Todo se resume en una frase: cuando él va a comunicarle al fundador del Opus Dei que está dispuesto a seguir el camino de Jesucristo, san Josemaría Escrivá le contesta con una frase que se le quedaría grabada para siempre: "¿Estás dispuesto a hacerte como Cristo obediente hasta la muerte y muerte de cruz?". Es decir, ¿estás dispuesto a seguir el modelo de Jesucristo?... Era un enamorado de Él.


–¿Qué comentaría de su aventura de venirse a Chile?
–Partir solo desde España a América en esa época era muy audaz. En Chile, comienza el trabajo de dar a conocer el mensaje del Opus Dei con 1.477 pesos, el equivalente a 200 kilos de pan. Aquí lo recibe el cardenal Caro, quien había pedido expresamente que el Opus Dei viniera a nuestro país. Le encomiendan que se haga cargo de una residencia universitaria. Hizo unas 400 visitas para pedir fondos. Además, se encargaba de formar a los universitarios; que les fuera bien en los estudios, de alimentarlos, hacía camas y limpiaba. Todo esto, compatible con su trabajo de profesor universitario. Así se las batió un año y medio hasta que llegaron otros laicos del Opus Dei. Así fue el comienzo; con esta pequeña semilla de un hombre que fue fiel.


–Y ya en su madurez, ¿cómo asumió la designación a ser obispo de Los Ángeles?
–Fue llamado al episcopado por san Juan Pablo II en 1988. Y no lo dudó. Pero tenía 68 años y debía realizar una tarea nueva que no había hecho nunca. Era un desafío y un gran sacrificio. Lo asume con alegría, generosidad y fidelidad al Papa. Tuvo mucha vida pastoral; había días en que administraba confirmaciones en tres oportunidades distintas, bendiciones, en fin, muchas cosas.


La aventura de Jesucristo


–¿Cómo influyó este sacerdote en su propia vocación?, padre?
–Hoy, con la perspectiva del tiempo, me doy cuenta de que las decisiones de ese joven influyeron en mí y en muchas otras personas. Estos ejemplos, como el del fundador del Opus Dei, el de su sucesor, el beato Álvaro, y el recientemente fallecido prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, impulsan a decir: vale la pena entregarse con generosidad al querer de Dios. Son vidas que inspiran a escribir, porque han dejado todo por construir algo que no es para ellos, sino que para Dios y los demás.


–¿Cuál es el legado de don Adolfo?
–Quisiera destacar que el mensaje tanto de san Josemaría como de don Adolfo es para los cristianos corrientes: para las madres de familia, los padres, los hermanos... En la vida corriente también Dios nos pide vivir el vértigo de la acción del Espíritu Santo. No es necesario plantearse cosas extraordinarias. Dios da a cada uno su propio don, pero ahí en las cosas de cada día, en los actos de amor, la vida se hace apasionante.


–¿Qué le diría a los jóvenes para que se atrevan a responder a esa aventura de "venir a Chile"?
–Los jóvenes pueden responder a su misión, la que le tiene preparada Jesucristo, si lo conocen y se enamoran de Él. Yo creo que enfrentan dos opciones –todos hemos sido jóvenes–: seguir el camino que quieren construir personalmente, o bien preguntarle a Jesucristo, ¿es ese el camino que quieres para mí? Yo pienso que la aventura de una persona que sigue el camino de Jesús es mucho más grande.