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Domingo 10 de abril de 2022

Homilía de monseñor Celestino Aós en Domingo de Ramos

Jesús había preparado su entrada en Jerusalén dio instrucciones y envió a dos de sus discípulos a buscar el asno. Hay cosas que no se improvisan, que deben prepararse. Por eso la Iglesia nos convocó en Miércoles de Ceniza para que comenzásemos la Cuaresma de Preparación. Un cristiano no debe improvisar la Semana Santa, la Pascua. Yo sé que algunos de ustedes se han preparado, han vivido con seriedad la Cuaresma, y los felicito. Y por eso les he dicho al inicio y se los repito ahora, después de haber preparado nuestros corazones desde el comienzo de la Cuaresma, por medio de la penitencia, la oración y las obras de caridad, hoy nos congregamos para iniciar junto a la Iglesia la celebración del misterio pascual de nuestro Señor.

Este sagrado misterio se realiza por su muerte y resurrección. Para ello, Jesús ingresó en Jerusalén, la Ciudad Santa. Nosotros, llenos de fe y con gran fervor, recordando esta entrada triunfal, sigamos al Señor para que por la gracia que brota de su Cruz lleguemos a tener parte en su resurrección y en su vida.

Esos ramos y palmas que tenemos en las manos debemos llevarlos a nuestras casas y colocarlos con respeto en un lugar noble, que nos recuerde que hemos estado hoy aquí, junto a los otros creyentes, junto a la Iglesia entera, celebrando el Misterio Pascual de nuestro Señor, renovando nuestro compromiso bautismal, aclamando a Jesucristo resucitado.

Hacer asambleas o programas de Pastoral, participar de acciones caritativas y misionar, etcétera, son nudos de sinodalidad, es decir, de caminar juntos en la fe. Pero sinodalidad de la buena, profunda, es celebrar una buena Semana Santa. Si quieres vivir la sinodalidad, debes pedir a Dios que te haga sentirte parte de su Iglesia. Nos congregamos para iniciar con toda la Iglesia, con la Iglesia de Chile y de Argentina, de Ucrania y de Jerusalén, del Vaticano y de Venezuela. Somos la Iglesia que peregrina en la Tierra, pero es necesario sentirnos unidos también a la Iglesia del Cielo, a los que siguieron a Jesús en su vida y por la Gracia que brota de la Cruz de Jesucristo ya están redimidos y salvados, gloriosos en el Cielo, con la Virgen María y los santos.

¿No se ha preparado? ¿De qué sinodalidad me hablan? A lo largo de los siglos nuestros hermanos en la fe organizaron las ceremonias y las oraciones de estos días. Allá por el año 380 una mujer cristiana, española, viaja sola y peregrina a Tierra Santa, y nos describe cómo nuestros hermanos en la fe celebraban Domingo de Ramos. Los cristianos se reunían en la iglesia llamada Eleonora del Monte de los Olivos. Cuando empieza la hora undécima, las cinco de la tarde, se lee el texto del Evangelio donde los niños, con ramos y palmas, salieron al encuentro del Señor diciendo “bendito el que viene en nombre del Señor”. Y al punto se pone de pie el obispo y todo el pueblo, y desde lo más alto del monte se va a pie todo el camino. Todo el pueblo va delante del obispo cantando himnos y antífonas, respondiendo siempre “bendito el que viene en el nombre del Señor”. Y todos los niños de aquellos lugares, aun los que no pueden ir a pie por ser tiernos y llevarlos sus padres al cuello, todos llevan ramas, unas de palmas y otras de olivos, y así es llevado el obispo en la misma forma en que fue llevado el Señor. Desde lo alto del monte hasta la ciudad y desde aquí a la anástasis por toda la ciudad. Todos hacen todo el camino a pie y se va poco a poco para que no se canse el pueblo y se llega a la anástasis ya tarde.

Nuestra curiosidad pregunta: ¿cómo celebrará Domingo de Ramos el Papa? ¿Y los cristianos de Ucrania? ¿Y los enfermos de coronavirus? ¿Y los de las cárceles? Y puedes seguir con las preguntas. Pero la pregunta decisiva es, ¿cómo va a celebrar usted el Domingo de Ramos, la Semana Santa? Hoy, Domingo de Ramos, es también día de compromiso.

¿Qué va a presentar usted al Señor? ¿En qué ceremonias va a participar? Si no puede hacerlo presencialmente, use la televisión o los medios, pero si puede, asista personalmente al templo con los demás hermanos y hermanas en la fe. ¿Se va a confesar para encontrarse sacramentalmente con Jesús Misericordioso? Sí, con ese Jesús que suplica por los otros pecadores: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, y para renovar la esperanza de que un día nos ayudará a cerrar nuestra vida entregándonos: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, y nos dirá también, como al ladrón arrepentido, “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

No necesitamos hablar ni escuchar mucho. Basta tomar el crucifijo en nuestras manos o arrodillarnos ante él. Tenemos mucho que aprender para nuestra vida social y política, para nuestra defensa de la Vida, para reorientarnos en la verdad y en los valores, porque precisamente los ramos nos recuerdan que muchos de quienes vitorearon a Jesús en su entrada a Jerusalén vociferaron después pidiendo “crucifícalo. No queremos saber nada con él”. Y no juzguemos a los demás, que también nosotros sabemos de incoherencias y de pecados. De la Cruz, de la confesión, sale la luz y salen los buenos aprendizajes. Padre del Cielo, concédenos recibir las enseñanzas de su Pasión, de la Pasión de Jesucristo, para poder participar algún día de Su gloriosa resurrección.