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Artículo

Viernes 12 de abril de 2024

“EL FUTURO DE LA SOCIEDAD SE FRAGUA EN LA FAMILIA”

Mons. Chomali para la revista Apóstol en Familia :

Tras doce años como Arzobispo de Concepción, fue nombrado por el Papa Francisco como Arzobispo de Santiago. Asumió sus funciones hace apenas cuatro meses, durante una concurrida misa en la Catedral Metropolitana. Con abundantes estudios –Ingeniero Civil por la Pontificia Universidad Católica de Chile, Doctor en Sagrada Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y Máster en Bioética por el Instituto Juan Pablo II, de la Pontificia Universidad Lateranense, entre otros–, y una prolífica producción de artículos sobre diversas materias, Monseñor Fernando Chomali sorprende por su llaneza en el trato y su preferencia por la cercanía con la gente, en vez de la pompa que podría inspirar su investidura. Hombre de mirada aguda, proclive a la acción, de múltiples intereses, y sobre todo enamorado del rostro   de Cristo y de la misión evangelizadora a la que se siente llamado.

¿Cómo describiría a su familia?

Los primeros Chomali que llegaron desde Palestina, fueron enviados para evitar que los enrolaran en el ejército otomano. De ahí proviene mi familia. Durante mi niñez viví en un hogar de mucho amor. Mi madre era muy cariñosa, aunque murió joven. Mi padre era un hombre exigente, sobre todo consigo mismo. Para él la vida era una lucha constante. Estudió en la escuela pública de Chépica, luego ingresó a Odontología en la Universidad de Chile, donde más tarde llegaría a ser profesor titular. Muy marcado por la pobreza y por la discriminación. Tenía un espíritu estético exquisito, del que yo aprendí muchísimo. Su anhelo fundamental era que sus hijos fueran “más” que él. Somos cinco hermanos, todos profesionales. Lo que más nos define, diría yo, es ser una familia de trabajo.

¿Cómo fue el despertar de su vocación sacerdotal?
En mí siempre ha habido una especie de tristeza, de melancolía. Mi mamá se quejaba mucho de eso. Ella me preguntaba por qué era así, si lo tenía todo. Pero no se trata de depresión, por el contrario, siempre he sido una persona llena de energía y de proyectos. Es más bien una búsqueda. Solo encontré una respuesta en Jesucristo. Rilke describía el proceso de enamoramiento como dos creaturas finitas que intentan encontrar en el otro lo infinito; pero eso siempre se va a ahogar en las intenciones, si no se abren a un espacio trascendente. Yo siento que en mi persona hay una búsqueda de absoluto muy fuerte, y en mi vocación encontré una respuesta contundente. Se me confirmó en el seminario, que fue la época más feliz para mí. Tuve la oportunidad de acceder a un mundo desconocido, a los sectores más pobres que siempre me han llamado la atención, y al estudio de la teología y de la filosofía. Tengo alta estima por el matrimonio, pero siempre sentí que esto era lo mío.

De niño y de joven yo era muy tartamudo, no podía hablar. Cuando postulé al seminario, no me querían dejar por lo mismo, hasta que finalmente me aceptaron. El asunto fue que ¡entré y se me pasó la tartamudez! De hecho, si no lo cuento, nadie lo creería. Yo lo interpreto de la siguiente manera: cuando uno no está contento con lo que hace, con las exigencias que uno tiene, el cuerpo habla. No hay caso. Uno en la vida debe hacer un discernimiento de lo que realmente quiere, y debe coincidir con lo que Dios quiere. Los seres humanos tenemos una vocación.

Muchos celebran su llegada como Arzobispo, entre otras cosas porque en los últimos años percibieron una Iglesia con poca voz en medio de circunstancias que la ameritaban. ¿En qué ámbitos y de qué manera espera usted darle mayor presencia a la Iglesia en Chile?

El lugar de la Iglesia no son los medios de comunicación social primordialmente, sino que los pobres, los enfermos, los desvalidos, y sobre todo la Liturgia, el lugar donde nosotros nos reunimos para celebrar a Jesucristo muerto y resucitado. Por lo tanto, lo que yo pretendo es hacer lo que nos dice Jesucristo, que es anunciarlo a Él, evangelizar, traer una Buena Nueva a una sociedad que ha perdido la esperanza, y eso no se hace con estrategia de marketing. Eso se hace con un testimonio de todos los católicos, y evidentemente ahí tengo una gran responsabilidad.

Yo espero que la Iglesia sea luz para iluminar a las personas, para iluminar al país, y esa luz viene de Jesucristo, nuestro Señor. Por lo tanto, lo que yo espero es ser un Obispo capaz de mostrar el rostro de Jesucristo, para que crean primeramente en Él, y creyendo lo amen, amándolo lo sigan, y siguiéndolo tengan la vida plena, la alegría plena que Él nos ofrece.

¿Cómo ve el problema de la violencia en el país, sus causas y posibles soluciones?

Estamos inmersos en un clima de mucha violencia verbal, psicológica y física. Las causas son muy profundas. En mi opinión, la sociedad no ha hecho un esfuerzo grande por trabajar por la justicia. La justicia es el nuevo nombre de la paz.

¿Cuál es la razón más profunda? Un individualismo que ha penetrado toda la sociedad, donde el bien común se entiende equivocadamente como la suma de los bienes individuales. El bien común no es la suma de los bienes individuales, sino que es un proyecto que nos involucra a todos, donde reconocemos que cada acción nuestra repercute en los demás. Y ¿cuál es la causa última de eso? El olvido de Dios.

El Concilio Vaticano II dice que por el olvido de Dios la creatura seoscurece. Estamos en un momento de oscuridad, y por eso el mejor servicio que le podemos prestar a la sociedad es anunciar a Jesucristo, que es Camino, Verdad y Vida. Él nos ilumina en nuestra vida y nos hace descubrir que nuestra vocación está en servir a los demás.

¿Cuál es el verdadero significado de las palabras “dignidad” y “derechos humanos”? 

Dignidad significa –en definitiva– alguien, no algo. Dignidad implica una realidad que no tiene precio, sino que tiene valor. Y justamente el oscurecimiento de la dignidad del ser humano ha hecho que el respeto a la vida como un elemento fundante de la sociedad esté profundamente cuestionado.

Cuando la Iglesia habla de la dignidad del ser humano, está haciendo referencia a Dios como el Creador, a Dios como Aquel que entrega la vida por cada uno de nosotros, y por lo tanto cuando hablamos de “derechos humanos” estamos diciendo que hay valores pre-políticos, pre-éticos, que están en la naturaleza del ser humano, que son anteriores al Estado, y que deben ser celosamente custodiados.
¿Cuáles son esos derechos humanos? En primer lugar, el derecho a que se le respete la vida a cada ser humano, desde el momento de la fecundación hasta la muerte natural. ¿Qué otro derecho es humano? El derecho a formar una familia, el derecho a educar a los hijos, el derecho a emprender, a trabajar, a tener seguridad. Y el Estado está llamado a respetar y a defender esos derechos humanos.

Sobre aborto y eutanasia: ¿cuáles son los principales motivos por los que la Iglesia no los aprueba, y qué razones existen para disuadir a quienes no tienen fe?

Detrás de un embarazo, detrás de un enfermo terminal, puede haber un drama. Eso es evidente. El tema es cómo se soluciona el drama. Algunas personas piensan que ese drama, que puede ser de múltiples factores, se soluciona terminando con la vida de un ser humano inocente, y eso la Iglesia no lo puede permitir, porque es un acto de violencia contra un inocente. Por lo tanto, la Iglesia siempre, y bajo toda circunstancia, va a estar en contra del aborto procurado.

El aborto nunca va a ser “terapéutico”. Nunca podrá ser considerado como una terapia el terminar con la vida humana de un inocente. El inicio de la vida y el fin de la vida son los momentos de mayor fragilidad de un ser humano, y el talante de una sociedad se mide en la capacidad que tiene de custodiarlo y de cuidarlo. Una mujer que tiene un embarazo complejo, cuando es acompañada psicológica, médic, económica, familiar y espiritualmente, lo último que piensa es en un aborto. La solicitud de aborto es por lo general producto de la desesperación. Por eso es que la Iglesia tiene una serie de fundaciones, que ayudan a la mujer a sacar adelante su embarazo.

Lo mismo pasa con la eutanasia. A una persona en sus últimos tiempos de vida, cuando se siente querido y acompañado, jamás se le va a ocurrir terminar con su vida. Muchas veces es una solicitud que surge de la soledad y del abandono, y de una sociedad tecnocrática, que le ve sentido a la vida solamente cuando es capaz de procurar placer o gozo. Pero la vida tiene sentido cuando somos capaces de amar y de ser amados, y eso se da siempre, incluso cuando estamos enfermos.

¿Por qué hay tanto interés en destruir a la familia?
En este momento, estamos en un dilema cultural muy profundo. Algunos -como en mi caso- sostenemos que existe una naturaleza humana, que es anterior a la percepción que yo tengo de ella, es decir una realidad objetiva, que a mí me corresponde reconocer, y que hay una ley moral natural, que es anterior a lo que yo pienso o creo.

Pero hay otra postura, que dice que es el emerger de la subjetividad del individuo el termómetro para medir la bondad o la maldad de una acción. Es decir, si yo lo pienso y si me gusta, de por sí es bueno. Eso ha traído una serie de complicaciones, que tienen que ver con una percepción de la persona, que se distancia de lo que significa la comunidad y particularmente la familia. Para este tipo de mentalidad, la familia y el matrimonio no se entienden como una vocación, sino como una posibilidad más entre muchas para ser feliz; y ese matrimonio se sustenta en la medida en que me hace feliz. Si no, lo desecho. Por lo tanto, tenemos que fortalecer la familia. Lo más interesante es que si uno le pregunta a un joven, a un adulto, o a quién sea, él le va a decir que lo que más valora es la familia, y lo que más le duele es justamente la destrucción de la misma. Nosotros tenemos que apelar a ese querer profundo, inscrito en la naturaleza humana de formar una familia, de abrirse a la vida y de educar a los hijos.
¿Cuál es el principal problema de los jóvenes hoy, y cómo se refleja en el terreno de la fe?
El principal problema de los jóvenes, en mi opinión, es la soledad. Están siendo volcados desde la más tierna infancia a una compe- tencia que no les permite ser ellos mismos, sacar sus habilidades, sus destrezas, y los dones que ellos tienen. Todo atenta contra la posibilidad de que los jóvenes tengan un encuentro con Dios.

Por otro lado, están más solos porque las familias, por distintas circunstancias, son más pequeñas, y por lo tanto la socialización de los pequeños y de los jóvenes se hace cada vez más difícil. Muchos son los niños y los jóvenes que llegan a su casa solos, que comen solos, que juegan solos y que están entrampados en los medios electrónicos. Ellos, sin lugar a dudas, nos llevan a cuestionar el tipo de sociedad que estamos viviendo, sobre todo en Occidente.

Creo firmemente que el futuro de la sociedad se fragua en la familia, el futuro de la Iglesia se fragua en la familia, y tenemos que fortalecer con mucha más fuerza la vocación a la santidad que significa el matrimonio, que por lo demás, va a ser la fuente de vocaciones sacerdotales y religiosas que tanto necesitamos.

Además de sacerdote, usted es pintor y dramaturgo. ¿Cree que la belleza acerca a Dios?

Tengo una fuerte inclinación por la belleza, que heredé de mi padre. Específicamente, todo lo que es armonía siempre ha suscitado en mí un interés muy profundo, en el ámbito de la pintura, de la fotografía, de las letras, de la música, y por supuesto del teatro. Y esta habilidad que Dios me ha regalado, yo la vuelco a la actividad evangelizadora, porque creo firmemente que tenemos que buscar nuevos métodos y formas de llegar con el Evangelio de Jesucristo. Desde ese punto de vista, pienso que la belleza es un camino maravilloso para encontrarse con Dios. La belleza puede generar las primeras preguntas existenciales acerca del sentido de la vida, y sobre todo el estupor que significa encontrarse con la creación de Otro. No soy un buen artista, pero lo que tengo lo ofrezco con mucha sencillez, como una contribución que hago a la sociedad. No tengo más pretensión que esa.

¿Qué opina del culto a lo feo o “feísmo”, que se manifiesta en nuestra sociedad?

Pienso que uno de los procesos más tristes que estamos viviendo en Chile, es el de una vulgarización acelerada. En primer lugar, en el ámbito del lenguaje. El español es una lengua maravillosa; basta leer a los grandes escritores que se han expresado a través de ella. Lamentablemente en Chile el lenguaje se ha empobrecido muchísimo.

También se ha vulgarizado la ciudad como lugar de encuentro. Tengo un libro de poemas que se llama “Desde la plaza del alma”, justamente haciendo alusión a la plaza, como lugar donde todos buscan algo que los haga más felices; en contraste con aquellas plazas que hoy han sido vandalizadas.

Lo feo es una manera de rebelarse. En Chile andan todos preocupados por el fenómeno, pero nadie piensa en el fundamento. Creo que una de las lecturas básicas de la Iglesia es pasar del fenómeno al fundamento. Lo cierto es que hemos dejado a personas en el camino. Hemos sido muy autocomplacientes con los logros, pero hay un grupo que ha quedado solo y desprovisto, ante escándalos que han hecho mucho daño, como los que han ocurrido dentro de la Iglesia, pero también en las Fuerzas Armadas, en el mundo em- presarial y en el político. Basta que sea uno, para que la moral total se vea caída, porque la gente espera más de los otros.

¿Qué cambios ha implementado la Iglesia, para impedir que vuelvan a repetirse escándalos como los sucedidos?

Una de las principales causas de los escándalos fue que muchas personas ingresaron al seminario, no debiendo haber ingresado. No hubo proceso de selección adecuado, ni un seguimiento adecuado. Lamento mucho que personas que tenían esas desviaciones no fueran honestas. Pasó también que cuando hubo denuncias, se hizo una defensa corporativa por parte de quienes se suponía que eran santos, pero no lo eran.

Hoy toda denuncia se sigue, hay protocolos y lugares donde hacerlas. El abuso es abuso, no hay espacio dentro de la Iglesia para él. Ha sido triste y doloroso, pero estamos absolutamente comprometidos en que esto cambie radicalmente. Por otra parte, hay procesos de reparación, estamos acercándonos a las víctimas.


¿Cuál es el principal logro que a usted le gustaría alcanzar como Arzobispo de Santiago?

Lo primero es que más personas conozcan a Jesucristo y se enamoren de Él. Que los católicos perciban que Él es quien ilumina sus vidas, que la vida completa se estructura según los criterios del amor, la caridad y el compartir. Conociendo a Jesucristo, viene todo lo demás: una sociedad más fraterna, más justa, y donde nos reconozcamos como hermanos. Por lo tanto, mi único interés es anunciarlo a Él, y me sumo a las palabras de San Pablo: “Ay de mí, si no evangelizara”. Creo que las comunidades vivas, los colegios y las universidades que giren en torno a Él como su centro, van a dar frutos abundantes.